Alanis Morissette en Lollapalooza Chile 2025: Una emotividad que trasciende generaciones

Hay algo profundamente humano en sostener el peso de los silencios y desintegrarlos con anticipación cuando se está por vivir una experiencia trascendental. Y esa energía multitudinaria, se intensificó progresivamente a medida que los minutos iban pasando, la exaltación era masiva y todos pertenecían a ese fragmento. En los noventa, la música supo abrazar el alma y la oscuridad de muchos, que hasta el día de hoy se confiesan en letras con las que conectaron hace tantísimos años atrás, a veces, conteniendo heridas abiertas, otras simplemente trasladándose a la época instintiva de sonidos oscuros y adolescencia rebelde.
Lo cierto, es que en un concierto puedes entregar la rabia, la tristeza, la alegría y recibir el intercambio de emociones como si te pertenecieran, en un eco profundo y sanador. Anoche, esa oscuridad se encendió para mutar a una luz viva y palpitante. El escenario de pronto se sintió como un hechizo que abría esa grieta entre generaciones y nos hacía la invitación a sumergirnos en esa profundidad. Alanis Morissette con una sonrisa casi tímida y asombrada del eufórico recibimiento, partió con «Hand in My Pocket» y la desgarradora fuerza de su calidad vocal, arrasó de inmediato con los presentes que cantaron con sentimientos contenidos «I’m broke, but I’m happy I’m poor, but I’m kind I’m short, but I’m healthy, I’m high, but I’m grounded» un susurro cómplice al oído, y es que no deja de sorprender, que después de una trayectoria tan rica de matices, y a pesar del paso de las décadas, su voz suene tan potente y privilegiada.
Después le siguió «Right Through You» Alanis se movía por el escenario en una entrega total, y el público respondía con una voz ensordecedora, todos a su manera. Había quienes disfrutaban con un cigarro en la mano, a ojos cerrados y una mímica que demostraba lo conectados que se sentían en ese momento. Otros, decidían bailar con la canadiense, grabarla, gritar, pero al final, todos estaban conectando en una sintonía que nos traía por esa hora y media, un pedacito de la oscuridad noventera de vuelta. Los fanáticos más fieles cantaron todo el show, otros comentaban lo bueno que estaba el nuevo álbum, escuchando por primera vez parte de la reciente placa de Alanis vibrando bajo el cielo Santiaguino.
Nos hemos mimetizado tanto con la rutina, que experiencias de este estilo nos marcan y nos regalan por una pequeña fracción, un escape del hábito de la repetición. Y es mágico ese momento donde eres capaz de enterrar identidades que ya no te pertenecen a través de la música, que puede ser tu compañera en torbellinos emocionales y soundtrack para momentos felices. Acá, el poder vocal impregnó a todos de su habilidad para coser en la memoria de miles, una conexión de la que pocas veces somos conscientes. Los momentos acústicos de «Mary Jane» se sintieron únicos, donde solo el piano resonando de forma etérea quedaba en el aire, tiñendo todavía más la pasión compartida.
«Iconic» fue uno de los momentos más aclamados por los presentes, no importaba mucho si sigues o no a la artista, definitivamente puedes cantar esta canción, y eso se notó. Muchos mientras se desplazaban a otros escenarios, se detuvieron para admirarla y poder gritar con fuerza, o simplemente comentar lo bien que se escuchaba. Una voz profética, guitarras y el subidón de los noventa, fueron la fórmula perfecta para coronar este show sin duda, como el mejor de la jornada.
Otro momento especial que nos regaló Morissette, fue durante el encore cuando interpretó la mítica «Uninvited» provocando que la melancolía desprendiera un pedacito de esa época, en una cátedra que hizo hervir los nervios de los espasmos que solo una buena canción es capaz de evocar. Los trágicos compases y la excelente banda que la acompañó, pusieron una adictiva y electrizante nota que se extendió por cada rincón del Parque Cerrillos, para finalmente, ofrecernos «Thank You » donde ella miraba al público con ternura, el agradecimiento era mutuo.
Un concierto que quedará guardado en la memoria colectiva como una vivencia espiritual y una profunda admiración, a esa mujer que se paró y bailó en el escenario y que una vez más, nos enseñó que hay redención en la música, que es un lenguaje compartido que se superpone al peso del cansancio, que puede exonerar el pasado, liberar, e integrar a una generación entera para convertirse en una crónica inmortal.