Disco Inmortal: AC/DC – Let There Be Rock (1977)

Albert Productions, 1977
Lo que emana del que quizá es uno de los más clásicos y venerados discos de AC/DC es rabia. Enojo canalizado en las más bestiales de las actitudes de lo que es «rock» en todo el sentido estricto de la palabra, pues eso es AC/DC, una banda que no por nada está plagada de títulos de canciones y discos con la palabra «rock» como consigna, y el nombre que titula a esta placa, de verdad, no puede estar más bien elegido, pues acá hay un néctar de todo ello.
Hay razones para esa rabia. Y gran parte de ella surgió de la determinación de AC/DC después de que Atlantic Records decidió no lanzar el tercer disco en edición australiana (y segundo internacional) del grupo, «Dirty Deeds Done Dirt Cheap», pero, en lugar de sentirse desalentados, los dos grandes pilares de la banda Malcolm y Angus Young simplemente canalizaron su ira en todo este «Let There Be Rock», como dejando además el mensaje que el rock debe existir a toda costa, aunque puertas se cierren y no hayan contratos, lo cual a la larga fue un craso error de Atlantic y el resultado se plasmó cuando entraron en los estudios Alberts en Sydney en enero de 1977 a componer estas grandiosas canciones llenas de ese rock nativo y sin mayor aderezo, lo que a la postre por primera vez en su historia hizo que se coronaran como reyes del mundo del estilo.
«Queríamos guitarras más fuertes» decía Malcolm recordando el disco en el documental de su historia en Behind the Music. Esta vez fue el propio hermano de la banda George Young quien produjo la placa junto a Harry Vanda, rompiendo esquemas en cuanto al sonido que se habían planteado hasta aquel entonces, manteniendo por supuesto el espíritu de placas anteriores, pero llevándolo a un nivel de estridencia y desenfreno salido de sus propios libretos.
Por su parte, Bon Scott intensificó todo esto con algunas de sus mejores letras, incluso si éstas generalmente consolidaron su imagen de chico malo hambriento de sexo. La primera canción del álbum, «Go Down», la poderosa entrada al disco, fue inspirada por una controvertida chica que conocieron llamada Ruby Lips (inmortalizada como «super groupie» en la revista Time), y su último tema, la magistral y explosiva «Whole Lotta Rosie», contó la historia de Rosie, la chica «montaña» (calificada así por lo grande físicamente) que también rodó -literalmente- con la banda en más de una oportunidad. Bon tenía este fetiche sobre las mujeres grandes. Solía divertirse con mujeres a las que le llamaban los Jumbo Jets. En el cancionero global de AC/DC es una verdadera pieza de lujo.
«Bad Boy Boogie» fue otro himno devastador que coronaba la fama de patanes de Angus y Bon. Por otra parte, las drogas y el vínculo del que Bon Scott nunca se preocupó de esconder, están reflejados en la midtempo «Overdose» llena de decadencia y mugre callejera en su entorno, con alucinantes solos y ritmo cabalgante. «Dog Eat Dog» es un clásico que crece con el paso del tiempo. Evans, el bajista (que por cierto dejaría la banda tras este disco) dijo en su oportunidad, «Para mí, es como el ‘Brown Sugar’ de la banda. Quiero decir, si eres un purista y ves como las guitarras están completamente sintonizadas y las cosas están completamente estériles en el estudio, la canción te va a matar».
Acá la estirpe de diablitos sátiros surge en sus letras. «Hell Ain’t a Bad Place to Be» empieza a contar una historia que se seguiría contando en «Highway to Hell» y más adelante incluso: desorden, fiesta, sexo, y por sobre todo, rock’n’roll. Sobre la pista que da titulo al álbum, no hay mucho más que decir, porque habla por si sola en algo parecido a una representación de la expresión del rock como religión. No por nada ese notable video editado con Bon Scott como un padre en una iglesia y Angus Young con una ridícula aureola, seguramente dándonos a entender que eran los predicadores del rock en su sentido más intrínseco, con muchos feligreses totalmente dispuestos a escuchar sus sermones hechos con increíbles sonidos de cuerdas y fiera actitud. No podemos dejar de mencionar otra salida de las sesiones, «Carry Me Home», que se convertiría en una de las rarezas más apreciadas de AC/DC por décadas. La canción fue el Lado B para el single australiano «Dog Eat Dog» y apareció en innumerables bootlegs, pero no fue lanzado oficialmente hasta el 2009.
Han pasado más de 40 años de su salida. Fue hecho en 1977, en el año en que el punk se acaparaba las sintonías y las antenas del mundo entero, pero AC/DC históricamente puede ser una de las pocas bandas a la que les ha importado un carajo el sonido de turno global, y casi como cabalgando junto a los tiempos, se despacharon un disco muy «punk» a su manera. Esa rabia de la falta de oportunidades, de críticas abiertas de ser «ruidosos», del ninguneo a su disco previo, de perder integrantes en fatales consecuencias y todo tipo de situaciones adversas, no han sido más que un motor para su arrolladora carrera. Que sea rock.
Por Patricio Avendaño R.