Disco Inmortal: Los Jaivas – El indio (1975)

Disco Inmortal: Los Jaivas – El indio (1975)

EMI Odeon, 1975

No es un misterio la atalaya sideral de Los Jaivas sobre cualquier otro grupo de rock chileno. Dueños de un trabajo musical que trasciende a los propios músicos, su obra se instala en el imaginario como un referente cultural que merece periódicas revisiones, como si fuese un hito histórico. Así es como llegamos a uno de los trabajos más grandilocuentes que nos heredó el legendario grupo de Viña del Mar. Su quinto larga duración, el tercer homónimo, su primer clásico.

Indispensable en su vasta discografía, Los Jaivas, también conocido como «El indio» por su bella carátula, obra del pintor René Olivares –el sexto jaiva-, se destaca por su fusión folclórica/progresiva ensayada desde fines de los años sesenta por una buena camada de músicos locales (como Congreso, Blops o Congregación); por su entrelazamiento con la música clásica, sobre todo en el trabajo en piano de Claudio Parra; y por las múltiples invocaciones a los sonidos de raíz latinoamericana, marca registrada de sus melodías de aquí en más. En fin, un joyel de la música criolla.

‘El indio’ se compone en una época de cambios, tanto para la banda como para su entorno. Desde 1973 se encontraban en un auto-exilio en la Argentina, a causa del inicio del período dictatorial chileno. En este contexto, lejos de su tierra natal azotada por el miedo y la represión, y con sus músicos empapándose de nuevos paisajes y tradiciones, es donde el disco se plasma de toda la creación y madurez acumulada durante los dos primeros años de una ensoñada estadía en Zárate, ciudad ubicada en la ribera del río Paraná, al norte de la provincia de Buenos Aires.

Es presentado con un éxito arrollador al público argentino en noviembre de 1975 en el Teatro Colón, en una época de envidiable efervescencia musical en el vecino país, y sale finalmente al mercado el 2 de diciembre de ese año bajo el sello EMI Odeón Argentina, pero es editado casi simultáneamente en toda América. Más tarde, y gracias a las ediciones en España y Francia, este álbum sería la carta de presentación de Los Jaivas a su futura llegada a Europa, donde seguirán su carrera por varios años.

Rockero, sí, pero éste es un álbum alegre y unificador, que suena a Latinoamérica (ahí están las atractivas ‘Guajira cósmica’ o ‘Un mar de gente’) y que no por conciliador se priva de la sencilla nostalgia amorosa de ‘Un día de tus días’ o del lamento melancólico de ‘La conquistada’. Pero vamos por parte.

‘Pregón para iluminarse’ –inspirada en el malambo tradicional paraguayo ‘Guyrá campana’- es la que inicia los fuegos. ¡Y de qué manera! Con una entrada de flauta dulce ejecutada por Gato Alquinta, quien, luego, se luce en el canto y en soberbios pasajes con su guitarra eléctrica. Este puede ser el tema que mejor ejemplifique la plataforma desde la cual Los Jaivas eligieron proyectar una trayectoria que apostaba por una larga vida: transformaron sus influencias en un lenguaje propio y lograron hacer de la música una instancia de reflexión donde primaban las texturas y atmósferas, todo conjugado con exquisita precisión y tomando el pulso al espíritu de su tiempo.

Una pieza de piano al estilo Chopin a cargo de Claudio es la introducción para ‘Guajira cósmica’, la que luego explota en profundas percusiones y en una especie de jam elegante en el órgano de Eduardo Parra que es acoplada a percusiones típicas del folclor cubano. En la parte lírica, se pone de manifiesto la cosmovisión indígena-latinoamericanista de la banda, cantando acerca de la relación entre el hombre, la naturaleza y la divinidad: “El sol le dijo a los hombres / Cuiden bien de mi tesoro / No confunda con el oro / Mi ley de tanta pureza / Ni con todas las riquezas”, versos que adquieren personalidad con el magistral desempeño vocal del Gato, quizás el mejor de toda su discografía.

Rescatando el ritmo de la cueca y sentimientos como el dolor por el momento histórico que atravesaba Chile, Eduardo plasmó en la memorable composición poética ‘La conquistada’ un precioso y desgarrador ejercicio de desesperada sublimación. Aquí están la épica, la descripción metafórica, la justa integración de los arreglos, el esbozo inequívoco de una identidad sonora.

Contemplando en mi memoria hacia aquel lugar
En el horizonte de mi mente se ha escondido el sol
Como un recuerdo que me llega de su corazón
Ella no existe más…
Ella es una nube que un beso ardiente derritió
Ella no existe más…

Esta pista tres es, sin duda, un punto de inflexión en el disco y en la carrera de Los Jaivas, posicionándose como su canción fundamental (privilegio que comparte con ‘La poderosa muerte’, el poema de Pablo Neruda extraído de su Canto general que musicalizarían seis años más tarde). En sus siete minutos, la emocionante ejecución instrumental de Gabriel, Eduardo, Claudio y Julio no permite descuido, integrándose con la sensibilidad de la voz parsimoniosa en la interpretación del Gato, que pareciese vuelca su impotencia por la patria destruida de la que habla el texto en un descollante solo de guitarra.

Es acá, además, donde se vislumbra el notable acompañamiento en el bajo, que en esta ocasión no estaba a cargo del eterno Mario Mutis (que había regresado a Chile por asuntos familiares). El reemplazante fue Julio Anderson, que gracias a su técnica marcada por el rock setentero, imprimió una sonoridad única al disco, formando una base rítmica sólida junto a Gabriel, que se puede apreciar durante los seis cortes del álbum.

A continuación, para sacudirnos del letargo, ‘Un mar de gente’, un himno pletórico con un claro sentimiento de hermandad, utopía por la cual también se caracterizaron siempre. Su letra poética es acompañada por una música profunda y excitante gracias a un rápido charango, frenéticas percusiones, bellos coros y un rico ensamble que hace pensar en la existencia de una multitud, un verdadero “mar de gente” detrás de aquel increíble sonido en el que se van acoplando instrumentos andinos.

‘Un día de tus días’ es la más folclórica del disco, con una letra simple que le canta al amor y una música alegre. Tal vez la menos compleja de las pistas, pero es una pausa precisa para lo que está por venir.

Finalmente, la instrumental ‘Tarka y ocarina’. Una delicia, un despliegue de virtuosismo. En poco más de trece minutos, Los Jaivas dan una clase magistral de la fusión entre el rock y el folklore. La composición es un viaje a través de los sonidos, una sinestesia que, si uno cierra los ojos y sube el volumen, comienza a ver paisajes de nuestra Latinoamérica. Una canción que rescata además la sonoridad de sus primeros años, de la época de improvisaciones, de descubrimientos. Una pieza donde todos se destacan, donde nunca la palabra instrumental había cobrado tanto sentido.

Es una mini ópera dividida en tres movimientos, cada una con su personalidad musical distinta, pero que no pierde el hilo a la idea original, de esa invitación a descubrir el origen musical convergente en los distintos rincones del cono sur del continente: ‘Diablada’ es la primera parte, y rescata esa música representativa de las regiones andinas y altiplánicas, del norte de Chile, Perú y Bolivia; la segunda parte, ‘Trote’, invoca al baile de origen precolombino y de ascendencia quechua/aymará; mientras que ‘Kotaíki’, que en lengua indígena pilagá significa “amuleto de amor” -y cuya historia remite a un ritual donde las mujeres entregan el kotaíki a su enamorado, sellando así su compromiso- es musicalizada con un sublime contrapunto en arpa, piano y flauta, arreglo clásico del folclor guaraní.

Resumiendo, este es uno de los trabajos donde el “sonido jaiva” se muestra en gloria y majestad: la impresionante ejecución de Gabriel en batería demostrando el porqué fue uno de los mejores bateristas del mundo en su tiempo, la hermosa e imposible ejecución en piano de Claudio, las líneas insolentes del bajo con voltaje rockero de Julio, la demoledora guitarra de Gato que nunca más aullará con tanta prepotencia y las colosales intervenciones de Eduardo, la bestia multi-instrumentista que llena con impecable precisión cada espacio vacío; hacen que este disco se transforme en un imprescindible en el catálogo de Los Jaivas.

Ni la historia, ni el (re)conocimiento, ni la ingrata muerte ha sabido posicionar este disco en el sitial que se merece es nuestra discografía nacional. Los cambios, giros y evoluciones de sonido en una banda de largo aliento son una tendencia natural, pero que, tristemente, en el medio local se miran con extrañeza, casi pidiendo explicaciones. En la difícil misión que siempre ha sido definir qué es el rock chileno y cuál es su espíritu, puede que una de las mejores respuestas sea, simplemente, poner a girar este disco y que hable por sí solo.

César Tudela B.

César Tudela

2 comentarios en «Disco Inmortal: Los Jaivas – El indio (1975)»

  1. Estimados:

    Es un gran agrado leer una crítica al insondable trabajo musical de Los Jaivas, sobre todo en su época más prolífica de creación. Etapa en que, por primera vez, vivieron en comunidad (el sueño de Gato) y donde percibieron la hermandad y solidaridad del pueblo zarateño. Fue -justamente- en Argentina donde tuvieron las primeras críticas de su música; situación que no se produjo en Chile y donde sólo recibieron críticas por su forma de vestir y convivir.
    Felicitaciones por el artículo.
    Saludos desde Chile.
    Pamela Urbina Alvial

  2. AMANECER MUSICAL
    DEL NUEVO MUNDO

    Reconocimiento a Los Jaivas

    Atílicos violines,
    nerónicos pianos,
    hitlerianos timbales,
    guillotinadoras liras y flautas
    ¡alto!
    Sopesen un momento
    vuestro paroxismo orgulloso,
    vuestro desprecio total e inclaudicable.
    Hoy, Los Andes tienen boca,
    ha nacídole voz,
    y como una bandada plagosa
    suenan ocarinas y quenas,
    tarkas, trutrucas y charangos.

    Ya no más,
    ya no hay ayer.
    El continente,
    ya no ara sus oídos
    por las ásperas piedras
    del silencio,
    ni tampoco,
    cruzan más
    las aves condenadas
    por agónicos cielos de afonías.
    Ya no más,
    ya no hay ayer,
    los párpados fueron tocados
    por diamantinas espinas estrelladas.

    Y las espumosas barbas
    de las cataratas ronroneantes,
    nunca más volverán
    a estar vacías.
    El continente
    hoy respira,
    su sangre late
    y sus pulmones silban.

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