Ruido, cadencia y magnetismo: La noche de Kim Gordon y St. Vincent en Chile

Fotos: Cristián Belano
El Teatro Caupolicán fue testigo de un espectáculo memorable. Una noche que fue en ascenso en lo que respecta a energía, carisma y calidad. Una noche donde tres mujeres se sumergieron en el papel protagónico para agitar las emociones y expectativas del público asistente.
A medida que el recinto se llenaba a eso de las 19.00 horas las luces del estrado fueron inauguradas por el carisma de Chini.png, cantautora nacional que apuntaló un show intenso y de gran sonido. Una telonera que funcionó de gran forma y cuya performance agilizó el ambiente en una tarde noche gélida en el centro de Santiago. El shoegaze e indie noise pop de Chini.png demostró que puede asentarse con propiedad en un escenario tan emblemático como el Caupolicán y abrir para tamaños nombres. Media hora de acordes brillantes le bastaron al público para darle un recibimiento cálido.
El reloj marcó las 19.56 horas cuando la oscuridad del recinto le dio el pase de entrada a Kim Gordon y su banda. La ex Sonic Youth se mostró agradecida ante su público. A pesar de sufrir el frío de la capital, su show se desarrolló con una firmeza encomiable. “It’s fucking cold here, but you guys are so warm”, le dijo Kim a los presentes en la medianía de su presentación. La artista presentó íntegramente canciones de su cosecha, dejando en claro que su pasado es parte de su vida, no su actualidad. Un estilo cadencioso, muy abrasivo, hipnótico, sensual y de mucha potencia. La guitarrista de su banda, Sarah Register, sin duda se robó varias miradas ante la estridencia de su guitarra distorsionada. Un eco afilado y rugoso que le agregó una capa inmensa al sonido de la banda.
Dentro de los temas que marcaron la pauta destacaron “Bye Bye”, “I am a Man”, “Shelf Warmer” y “Cigarette”, solo por nombrar algunos. Kim Gordon demostró porque se ha convertido en una referente del rock alternativo y del noise. La artista dio una lección magistral sobre cómo manejar los tiempos, crear tensión y darle intensidad a sus obras. Una impostura que se mantenía impoluta, pero que explotaba cuando la canción así lo ameritaba. Un manejo interpretativo propio de quien posee un conocimiento y experiencia laureada. Con una actitud gravitante, Kim Gordon hechizó a su público con una cascada de distorsión y ostinatos rítmicos mágicos.
Se deja entrever con mucha actitud como la sensibilidad de Kim va más allá de sus creaciones musicales. Su formación como artista la impulsa a proponer toda una experiencia sensorial y visual. Su extravagancia es medida. Su discurso es sofisticado. Sus letras son poemas musicalizados y toda su maquinaria sonora marcha al ritmo de la ocasión. A veces camina, otras veces trota o incluso corre. Todo cuando se debe. Una propuesta que pieza por pieza nos transporta a dimensiones apabullantes donde la bandera del noise se vuelve nuestro estandarte. Una presentación que desenchufó sus guitarras a eso de las 20.48 hrs con una prestancia y porte propia de una referente del rock alternativo. Una figura mítica que absorbió con humildad el aplauso cerrado de un teatro enamorado.
El ambiente, enrarecido y ansioso, tuvo que esperar hasta las 21.23 horas exactas para ver sobre el estrado a St. Vincent y compañía. Una capa de humo fungió de telón para el comienzo ceremonioso de “Reckless”, hit de su último álbum, “All Born Screaming” (2024). La cantante no se guardó nada y desde los primeros minutos se apoderó del escenario. Mientras cantaba se sacó sus guantes y los lanzó al público, animó a sus músicos, al público, bailó de forma robotizada, gesticuló con fogosidad e interpretó con una pasión desbordante cada una de sus canciones. Una presentación cautivadora de una artista que ha tenido una evolución impecable en su propuesta a través de los años.
Un show con escasos puntos bajos, casi ninguno, excepto la recriminación de la artista al sonidista por la falta de potencia en su guitarra. “Broken Man”, “Big Time Nothing”, “Birth In Reverse”, “Flea”, “Cheerleader” brillaron por separado. La actitud y carisma de St. Vincent la hicieron enorme sobre el escenario. De la mano junto a ella, su banda; músicos impecables que avasallaron con su impostura y potencia. Quedó justificada la creencia de que una banda es tan buena como el apartado rítmico que posee. La bajista, Charlotte Kemp, dominó las cuatro cuerdas con una maestría y prestancia magnífica. Su peso sobre el escenario se acopló a las baquetas de Mark Guiliana, uno de los mejores bateristas del mundo. Sus platillos enormes le dan un brillo de gran tonelaje a los compases y armonías de la banda. Una locomotora rítmica que hizo marchar a una St. Vincent inspirada y genuinamente entregada a su público.
Entre una de las pausas el público le coreó un extenso “ole, olé, olé, Annie, Annie” (su verdadero nombre). Entre los vítores le arrojaron una polera estampada con un diseño alusivo a su colaboración reciente con la cantante Mon Laferte en la reversión del tema “Violent Times”. Una canción que, por supuesto, estuvo presente en su repertorio. Una canción que refleja una carga emocional muy personal para Anne Clark y su visión del mundo. “Por eso estamos acá, porque amamos la música y para que haya menos sufrimiento en el mundo”, dijo la artista en un rústico pero entendible español una vez finalizada su canción. Un bello momento engalanado por el aplauso y cariño del público.
Los últimos momentos del concierto oscilaron entre la parsimonia y la intensidad. Llegado el momento de “New York”, St. Vincent comenzó a surfear entre la multitud. Un momento que tuvo en vilo a la seguridad del recinto mientras los asistentes en cancha, llenos de ansiedad, hicieron levitar a la artista. Una dinámica que costó en principio por el nerviosismo del público. “We’ve got this! Come on!” exclamó Annie al entregarse de cuerpo entero, literalmente, a sus fanáticos. Mientras las estrofas avanzaban la cantante perdió sus zapatos entre todas las manos que la sostenían. Situación que no pasó a mayores y que incluso fue motivo de risas entre la banda. Una vez devuelta al escenario, junto a sus zapatos, St. Vincent se recompuso para dar la nota final a un show verdaderamente intenso en lo musical y performativo.
Por otro lado, cuando sonó “All Born Screaming” la energía se mantuvo en lo alto con una voz pasional y una banda compacta, firme y solemne. Pasó lo mismo con la plasticidad electrónica de “Sugar Boy”. Luego de ello el típico encore. Momento que se hizo esperar más de lo normal, pero que mantuvo en lo alto la emotividad de los fanáticos. El cierre del concierto estuvo a cargo de “Candy Darling”, balada que amilanó la efervescencia del ambiente hacia un momento mucho más íntimo.
Una noche de gran calidad musical. Desde el fuego alternativo de Chini.png, hasta el manto hipnótico de Kim Gordon y la magnética pasión de St. Vincent, los asistentes presenciaron una de las mejores noches del Teatro Caupolicán en lo que va del año. Una noche que prometía mucho y que logró cumplir sin zozobras las expectativas. La protagonista principal, St. Vincent, dejó la vara alta para sí misma, evidenciando con su reciente álbum y con este tour porque es una de las artistas femeninas de mayor renombre en la actualidad. Una artista que entiende a cabalidad su trabajo y que apunta a meterse entra las mejores de este siglo.