Suede en Chile: El grito de una generación

Suede en Chile: El grito de una generación

Suede, una de las bandas más icónicas de la escena noventera, demostró —luego de trece años de ausencia en suelo chileno— por qué sigue siendo una fuerza arrolladora en vivo. Con un Brett Anderson al frente, entregado como un mesías a la noche, como un felino inquieto, una mezcla de elegancia y descontrol, con su voz rasgando el aire y un cuerpo que utilizaba como canal de vibraciones: se retorcía, se arqueaba, se dejaba caer de rodillas, aferrándose al micrófono como si fuera un amante o un recuerdo oscuro. Una presencia escénica magnética. El tiempo había estirado su ausencia como una herida abierta en el corazón de todos sus seguidores chilenos. Desde su última visita, la banda renació, lanzó discos que reafirmaron su legado como una de las fuerzas más intensas y oscuras de la escena británica, pero es con el Autofiction (2022), donde vuelven a la crudeza primigenia —el sonido crudo casi punk que vivimos anoche y que los trajo con esta gira—, pero con la madurez de una banda que ha sobrevivido a sus propias tormentas. Suede ayer no sonó como una banda tratando de revivir su pasado, sino como un grupo que se ha reencontrado con su propia esencia y que siguen brillando con esa luz propia: eléctrica y de terciopelo.

La banda ofreció un show vibrante, lleno de energía y emoción. Desde el primer acorde de “Turn Off Your Brain And Yell”, quedó en claro que la noche sería intensa. Fue como si el pasado y el presente colisionaran. Anderson, con su voz intacta y su teatralidad desbordante, se movía por el escenario con la misma pasión de sus años dorados. “Trash” encendió la chispa, un canto a los que siempre han sido hermosos en su propia autenticidad, un canto a lo que significa ser Suede. “Animal Nitrate” fue la euforia y en “The Drowners”, cada nota golpeó con la nostalgia de tiempos que nunca mueren. Pero Suede no solo es un grito en la noche, también es un susurro. “The Wild Ones” flotó sobre la multitud como el océano infinito y poético que es, con Anderson extendiendo los brazos como si quisiera tocar algo inalcanzable, algo que todos llevamos por dentro. La emoción se sentía en el aire, en los ojos cerrados del público, en el eco de cada palabra cantada al unísono. En ese momento, la distancia de trece años desapareció por completo. No había 2025, no había años de ausencia, solo un instante suspendido en el tiempo donde la nostalgia y la emoción se entrelazaban.


Oh, if you stay

We’ll be the wild ones running with the dogs today

La banda sonó impecable: la guitarra de Richard Oakes vibraba entre la dulzura y la rabia, mientras el bajo de Mat Osman y la batería de Simon Gilbert marcaban un ritmo tan sólido como el latido colectivo de todos los presentes. Neil Codling, con su aire de poeta melancólico, envolvía las canciones en una atmósfera cinematográfica. Suede en vivo es electricidad, pero Brett es el relámpago. Con “Beautiful Ones” se desató la locura. Anderson sigue siendo el mismo chico flaco y hambriento de vida que en los noventa nos enseñó que el glam o el brit pop podía ser sucio, que la belleza podía encontrarse en la marginalidad y que la pasión nunca debía atenuarse. Brett saltó, el público brincó con él, y por un momento el techo del Movistar Arena pareció elevarse. Era el grito de una generación, de todas las generaciones que encontraron en Suede un refugio y una bandera. Sus acordes, impregnados de melancolía y rebeldía, nos transportaron a un universo donde la belleza y la decadencia coexisten en una danza perpetua. Suede es el reflejo sonoro de almas que, en su vulnerabilidad, encuentran la fuerza para desafiar el tiempo y el olvido. Sobre el escenario, Suede es un fuego que sigue ardiendo con la misma intensidad de siempre.

Después de casi dos horas de concierto, con un hermoso bis entregado de “New Generation”, y cuando la última nota se disipó, Brett quedó de pie en el escenario, bañado en sudor, con una mirada entre agotada y agradecida. “Santiago”, dijo con voz entrecortada, “ustedes nos han hecho sentir vivos esta noche”. Y se retiró entre gritos y aplausos. El público tardó en irse, como si nadie quisiera romper el hechizo. Porque más que un concierto, esto había sido un reencuentro. Un regreso esperado por más de una década. Un recordatorio de que la oscuridad y la belleza no son opuestas: son dos caras de la misma moneda y Suede aun sabe cómo hacerlas brillar, no solo resistiendo al paso del tiempo, sino desafiándolo y venciéndolo. La sensación de nostalgia y plenitud fue colectiva, como si hubieramos compartido un secreto íntimo con miles de almas desconocidas pero que de alguna forma conocíamos muy bien. También se sentía la certeza de haber sido parte de una experiencia única que perdurará en nuestra memoria, pero por sobre todo, al final del concierto, había una sensación de urgencia, no de nosotros sino que de Suede, una sensación de urgencia que pocas bandas con más de 30 años de carrera logran conservar.

Matias Garcia

La música me salvó la vida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *