«Up the Downstair»: el primer viaje en ácido de Porcupine Tree

«Up the Downstair»: el primer viaje en ácido de Porcupine Tree

Vía Nación Progresiva

Delirium Records, 1993

«Lo que estás escuchando son músicos
que interpretan música psicodélica
bajo la influencia de un químico
que altera la mente llamado…»

Mientras en los inicios de los noventa el metal progresivo estaba zarpando para navegar por mares muy violentos, con buques enormes dotados de épica, guitarras afiladas y en algunos casos de portentosos guturales (Dream Theater, Opeth, Death o Voivod como principales estandartes), Steven Wilson jugó al «menos es más», y para lo que sería su segundo álbum, elaborado a bastante distancia de estas bandas posadas en sus guitarras agresivas y técnicas irrefutables, se dedicó a coser a hilo con trabajo de artesano texturas pulcras y con mucha más fineza, trayendo de vuelta el progresivo clásico y los sintetizadores, pero no precisamente como lo hicieron los de la vieja escuela, sino que con una mirada al horizonte, al futuro, tanto así que su sonido realmente fue adelantado a los tiempos. Su precoz aprendizaje—nutrido del mundo de sus dos padres, influenciado por el mestizaje entre Donna Summer, ABBA, Pink Floyd, The Beatles y el post punk, queda demostrado y de manifiesto en los ambientes y pasajes espaciales/oníricos que logra en este disco, que cuando se mete bien en tu cabeza te mandar a volar de forma sublime, y bastante lejos de la estratósfera.

A mediados de los 2000’s que a Wilson se le proclamó como un verdadero mesías del progresivo, por la cantidad de álbumes facturados y proyectos y participaciones relacionadas (¡más de 50 a la fecha!)  aunque más de la mitad de ellos no son ni remotamente progresivos en el sentido estricto de la palabra. Ha hecho cosas ambientales (como Bass Communion), rock psicodélico posmoderno (como los propios Porcupine Tree e incluso el citado acá) e incursionó con su propia mirada en un trip-hop/electro-pop que tan en boga estaba a inicios de los noventa (como No-Man).

Es el primer disco con todas letras puestas de Porcupine. ‘Burning Skies y ‘Fadeaway’ (separadas en la edición original, unidas en la reedición) es el más claro ejemplo, en un verdadero trip de grandes synthes y guitarras arrolladoras que atrapan. En su conjunto, este álbum es posiblemente Porcupine Tree en su forma más electrónica/psicodélica (y vaya como ha vuelto a cobrar vida esta cepa en la carrera de Wilson en solitario), pero además hay atmósferas y mucho, mucho ambiente. Este disco se ha convertido con los años en su primer intento exitoso de crear una pieza musical real, tangible y mucho más estructurada. Lo dijo el propio Wilson, por cierto, quien nunca quedó muy conforme con ese «debut» de 1991, On the Sunday of Life…, que fue un recopilatorio de demos grabados en cassettes, sino más bien fue ese otro viaje de más de una hora llamado «Voyage 34», es el que terminó por ser el antecedente para definir el sonido y la dirección que tenía en la cabeza Wilson y sus partners de estos años, como Alan Duffy en las voces de ciertos temas, Colin Edwin al bajo en «Always Never» y de Richard y Suzanne J.Barbieri en el rítmico tema electrónico que da título al disco, ayudantes para dar a luz este viajero y muy trippy álbum, casi como una oda al LSD, pero estrictamente basado en ideas musicales.

«Synesthesia» es el mejor ejemplo, en el prácticamente mágico track de entrada y encantadora lluvia de sintetizadores para abrirte la cabeza de cuajo en el álbum, precedido de una intro, que nos advierte: «What you are listening to are musicians performing psychedelic music under the influence of a mind-altering chemical called…» (lo que citamos traducido en el encabezado del post), como para que no quepa duda de que será todo muy psicotrópico desde su inicio, aunque también estas líricas retorcidas, de sangre y muerte que tanto le conocimos en  los 2000’s están ya expuestas desde esta etapa: «Es cuestión de tiempo/estaré muerto antes de que hayas leído/Hay sangre en la mesa/Y mi espalda está llena de plomo» canta Wilson contando la historia de un soldado que escribe una carta moribundo, esperando su hora; mientras en el tema que titula el álbum entran las guitarras, pero siempre todo es espacial, alienígena y cuidadoso y hay unas líneas de bajo para atesorar. Tanto como los sonidos que ofrece ‘Always Never’, que es belleza pura con un cuidado y fragilidad tanto en los tempos de baterías como en el exquisito solo que la va delineando y esos wah-wah que complementan muy bien los espacios.

Las voces en off siempre serán bienvenidas en una producción de tintes espaciotemporales: ‘Not Beautiful Anymore’ arranca de esa forma para luego atrapar con guitarras a las que se suman efectos en toda su gama espectral y de potencia, para continuar disfrutando de este gran viaje esta vez—exceptuando por la voz cósmica femenina—sumando un instrumental, para luego dar paso a la interludial y extraña ‘Siren’, llena de ruidos provenientes como de una lejana dimensión. En ‘Small Fish’, por tanto, tenemos al Wilson que madurará la canción de toques nostálgicos con solos in crescendos y momentos de guitarras acústicas muy conmovedores.

Lo mejor que pudo haber realizado Wilson fue remasterizar este disco, aunque fuera de forma parcial. El sonido ha mejorado de forma consistente y con la batería regrabada por el increíble Gavin Harrison, le dieron una suerte de nuevos bríos y trajo a un sonido a la altura a este trabajo que había quedado un poco relegado al olvido, tras la evidente carrera de Porcupine post 2000’s, cuando la banda se entregó a los sonidos más pesados, aunque por ningún momento dejando su ADN space, ambient y lisérgico de lado, sino que un poco más oculto.

«Aquello sonaba a The Orb y The Future Sound of London, pero también Floyd y Ozric Tentacles. Si me gustaba eso o no, no me importaba un carajo». dijo el británico acerca de este disco. Wilson siempre ha jugado con los sonidos más accesibles a su manera y eso le encanta: «Pop no debería ser una zapatilla cómoda. Debería sorprenderte y confrontar tus expectativas» Wilson siempre ha apostado que los sonidos puedan extralimitarse, independiente de ese típico prejuicio y esnobismo que hay con las canciones pop, de llevarlo más allá, de sorprender pese a lo básico que puedan encontrar algunos el estilo. Wilson dio al clavo al hacer del pop algo mucho más experimental y vanguardista que lo que se conocía hasta ese entonces. Este disco es clave para comprender que desde muy joven la gama de sonidos explotaba en la cabeza del talentoso compositor y hombre multi tarea.

Si te queda gusto a poco con este Porcupine Tree noventero, más que recomendable es echar mano al «Staircase Infinites», el EP de las sesiones de este disco de 1994, es decir, un año después.

Por Patricio Avendaño R.

Patricio Avendaño

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