Disco Inmortal: David Bowie – Hunky Dory (1971)

Disco Inmortal: David Bowie – Hunky Dory (1971)

RCA Records, 1971

Un disco absolutamente imprescindible en la discografía del Duque Blanco, quien en ese momento se aproximaba directamente a convertirse en ese personaje de culto llamado Ziggy Stardust que creó. Su look andrógino salta a la vista de inmediato al ver los videos de este disco y su atuendo en la época.

Musicalmente juguetón, con matices pop y dejando muy de lado su impronta más hardrockera de su anterior placa The Man Who Sold the World, volvió a permearse de esa inocente locura demostrada en Space Oddity (1969).

Como muchos discos de principios de los setenta costó que lograra reconocimiento, dicho suceso le ocurrió a Led Zeppelin, The Rolling Stones, T-Rex, sólo por nombrar los casos más emblemáticos. Era una época en que la crítica no despertaba auditivamente a algo realmente innovador que se estaba haciendo en ese tiempo y reaccionaba erróneamente casi siempre; rindiéndose a los pies de estas obras maestras mucho tiempo después.

El homenaje en este disco está claro: tanto a Lou Reed, Andy Warhol y su Velvet Underground como a Bob Dylan e Iggy Pop, cercanas figuras que en ese momento estaban influenciando el sonido y la forma de hacer rock  del futuro Ziggy.

Y es que también fue el primer disco en la cual se conformó toda esta suerte de banda ficticia: los Spiders From Mars; compuestos por Mick Ronson en la guitarra, Trevor Bolder en el bajo (y que las hizo de trompetista además), Mick Woodmansey en la batería y el importantísimo Rick Wakeman en el piano que fue fundamental en el sonido que nos presentó Bowie para este álbum.

La frescura es la premisa en ‘Changes’, una canción casi salida de un poema de Arthur Rimbaud, donde su consigna acerca de sus cambios vividos nos identifican tanto que no costó mucho para que se convirtiera en un himno generacional. Los pianos y sensuales saxos engrandecen un tema que se compone de una dulce inocencia en su gran parte.

La ambiguedad y el espacio para las dudas queda latente en la bella ‘Oh! You Pretty Things’, donde el piano es la base de todo y que estalla en un emocionante coro de Bowie donde las luces altas quedan estampadas en los registros de  su voz. En ‘Eight Line Poem‘ suena un Bowie mas intimista y con una blusera guitarra muy pegada a lo que estaba tocando Keith Richards con los Stones por esos años, los matices vocales varían desde lo lúdico a lo emocional y ese es el gran plus de la canción.

Los pianos siguen comandando la línea del disco y en ‘Life On Mars?’ no iba a ser la excepción y nuevamente la emotividad reina sonoramente, plagada de una lírica que bien dispara hacia todos lados y a la vez hacia ninguna parte. Lennon metido entremedio inclusive, quizá Bowie quizo hacer su propia ‘I’m the Walrus’ con esa letra tan indescifrable.

En ‘Kooks’ aparece un Bowie más amigable y hasta cariñoso incluso. Y tiene razón de ser ya que aquí la dedicación de la canción va directamente a su hijo Zowie Bowie. Como su misma letra lo dice se convierte en una historia y canción adorable. La hermosa ‘Quicksand’ no se queda para nada en recursos, una gran pieza donde los vientos, violines y pianos logran una mixtura bordeando lo sublime. Es la canción más ambiciosa del disco y con una letra muy poética por lo demás.

Nuevamente los pianos son parte primordial en ‘Fill Your Heart’, a ratos suena con esa amabilidad inglesa al estilo McCartney en The Beatles  pero se resuelve en su parte final con un solo de saxo acompañado por un frenético pero hermoso piano. Llega el momento de los tributos y el primero es para Andy Warhol, el precursor del movimiento Art Pop con la canción que lleva su mismo nombre. Las guitarras acústicas suenan y suenan hasta un final que llega al punto de saturación y finalizando con unos extraños y solitarios aplausos al borde del patetismo.

Luego ‘The Song for Bob Dylan’ donde queda más que claro el homenaje. Aquí siempre presente los pianos y las guitarras más bluseras reaparecen, con un Bowie nuevamente haciendo gala de su versatilidad vocal, incluso cantando parecido a su personaje homenajeado en la canción en algunas partes.

También a su amigo Lou Reed le toca el turno de ser referido y es en ‘Queen Bitch’ donde Bowie logra una de las mejores  canciones del disco, donde el tono emotivo se disipa y donde las acústicas guitarras reciben a otras mucho más atrevidas y con un sonido delicioso en su distorsión que invita al baile y la fiesta por toda su duración.

La despedida para esta gran obra llega con ‘The Bewley Brothers’, un tema que trae de vuelta el emotivo tema central de la placa y una lastimosa voz de Bowie, aunque con un coro con sonidos extraños y voces distorsionadas incluso. Las mismas que se pierden para sellar un álbum que prima por su delicadeza sonora, su encuentro con un pop embelesado de una instrumentación algo experimental y arriesgada pero a la vez deliciosa.

No es el mejor disco de Bowie, está claro. Pero fue un gran paso para empezar a verle el lado más dulce al rock. Lo influyente que ha sido este disco para futuras generaciones es evidente y de ahí su tardío reconocimiento seguramente.

Bowie después de esto haría lo que para muchos es su obra maestra, su alter ego en su máxima expresión llegaría con Ziggy Stardust and the Spiders From Mars en 1972, el cual no hubiese sido posible sin esta base de músicos importantísimos que participaron en este disco y  obviamente gracias a la necesidad de Bowie de convertirse en algo que como él mismo nunca hubiese podido hacer.

Hunky Dory fue la antesala de este show de Ziggy que se apoderó tanto de la personalidad de Bowie que incluso no pudo sacárselo de encima tan fácilmente, teniendo que recurrir a ayuda y psiquiatras. Así de fuerte e intenso, como todo lo que ha hecho este maestro de la ambigüedad y de la música durante toda su carrera.

Por Patricio Avendaño R.

Patricio Avendaño

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