El grito salvaje de W.A.S.P.: Cinco canciones que los transformaron en leyenda

Este 2 de mayo, W.A.S.P. regresa a los escenarios de Chile, y no es un concierto cualquiera: es una ceremonia. Una oportunidad única para presenciar a una banda legendaria que no ha perdido el filo ni la pasión 🔥
El rugido de W.A.S.P. es un fuego que sigue ardiendo con furia, con una intensidad que atraviesa décadas y generaciones. La voz desgarrada de Blackie Lawless sigue siendo un grito cargado de verdad y redención. La banda no ha perdido esa capacidad de combinar brutalidad y dramatismo con una teatralidad que no cae nunca en lo vacío: en sus letras hay historia, hay carne, hay alma. Te dejamos 5 canciones que condensan su furia, su dramatismo, su belleza desgarrada y que los convirtieron en leyendas
“The Idol” incluida en su ópera rock The Crimson Idol (1992), es una de las piezas más emotivas y trágicas de su carrera. Es una confesión amarga desde la cima del éxito, donde el reconocimiento del mundo no logra llenar el vacío interior. Es una elegía al niño abandonado, al adolescente que soñaba con ser amado, y al adulto que, al conseguirlo todo, se da cuenta de que ha perdido lo más esencial: a sí mismo. En el fondo, la canción no habla del fracaso de alcanzar el sueño, sino del vacío que queda cuando lo logras y te das cuenta de que no era el sueño correcto. La caída es silenciosa. Y por eso duele más. El sólo de guitarra tocado por Bob Kullick carece de palabras que lo definan.
“Hold on to My Heart” es una balada desnuda, frágil, construida sobre la sensación de haber entregado todo sin recibir nada a cambio. No es una canción de redención, pero sí de necesidad emocional. “There’s a flame, flame in my heart / And there’s no rain, can put it out.” Esa llama representa lo que aún lo mantiene vivo: su capacidad de sentir. Y es precisamente ese sentimiento lo que convierte a esta canción en una de las más dolorosamente humanas de The Crimson Idol. El núcleo emocional del disco. La voz de Blackie Lawless aquí está especialmente contenida, más cercana al susurro que al grito. No hay dramatismo artificial, sino un tono auténtico, quebrado por la vulnerabilidad. Es casi una canción respirando por sí sola.
“Wild Child” es una de las canciones más explosivas y crudas de WASP, una ráfaga de energía y rebeldía, pero también de profundo desarraigo. Blackie muestra la paradoja del deseo humano: el deseo de libertad que, en su alcance más extremo, se convierte en autodestrucción. Musicalmente, esto se refleja en las guitarras que, como un animal salvaje, se lanzan al vacío, no con un propósito claro, sino impulsadas por una fuerza irracional. El solo de guitarra no es solo un momento de virtuosismo, es el rugido de una bestia que busca escapar de algo, que necesita desgarrar, pero no sabe cómo dejar de hacerlo. Y al final esa es la gran tragedia de ser salvaje: uno puede ser libre de las ataduras de la sociedad, pero termina atado a sí mismo.
“I Wanna Be Somebody” es una declaración de guerra contra la conformidad, una súplica por trascender, por ser reconocido, por dejar una marca. La canción habla de un anhelo profundo: no solo de fama, sino de identidad, de ser reconocido como alguien auténtico, no como una sombra. La voz de Blackie Lawless acá es uno de sus momentos más imponentes. Enérgica, desafiante, casi desaforada, canta con la urgencia de alguien que sabe que este es su momento de actuar. El solo de guitarra no solo destaca por su técnica, sino por lo que representa: un momento de máxima tensión, de autoafirmación sin compasión, una aceleración desenfrenada, como si cada nota fuera un intento de demostrar que puede ser alguien, que su sonido puede tener impacto.
“Animal (Fuck Like a Beast)” es el himno de una liberación primitiva, un grito desbordante que busca romper las reglas de la moralidad. El título mismo es una declaración de intenciones: la bestialidad, el instinto, el deseo desenfrenado de ser solo cuerpo. Aquí no hay espacio para la sutileza ni para la moderación: lo que se quiere es liberarse de las restricciones y abrazar la naturaleza cruda y sin adornos de ser salvaje. En cada estrofa, Blackie canta como si estuviera arrojando su ser a la tormenta del deseo, sin preocuparse por las consecuencias, sin medir la intensidad de su fuerza. La estridencia de las guitarras y la agresión vocal son el reflejo de esa furia de la naturaleza, ese impulso sin freno. Esta canción se convirtió rápidamente en una de las más controversiales de la banda y ayudó a cimentar su fama como una de las agrupaciones más provocadoras del metal en los años 80.