Entre el jazz y el delirio: El perfecto debut solista de Geordie Greep en Chile
Y finalmente Geordie Greep hizo anoche su esperado debut solista en Chile con un concierto en Teatro La Cúpula que podría describirse como una misa greepera en la improvisación y el riesgo. Con su álbum The New Sound todavía agitándose como un experimento que rompió todas las líneas imaginables entre géneros, el músico británico entregó un show de culto, íntimo y desbordado de ideas, donde jazz, rock progresivo, bossa nova y blues convivieron con una naturalidad casi absurda.
La espera terminó a las 21:00, post teloneo de Machis Punkis, cuando Greep y su banda entraron al escenario entre gritos, saltos y esa mezcla de extrañeza y devoción que solo generan los artistas realmente impredecibles. Greep murmuró un tranquilo “muy bien” al micrófono y la greepeta comenzó.
El setlist recorrió la mayor parte de The New Sound, abriendo con “Walk Up”, que más que un saludo funcionó como una especie de salto al vacío. Desde ahí se notó que Greep venía a empujar el disco, a estirarlo, a ver hasta dónde podía respirar antes de deformarse. El cierre con “The Magician” fue impecable. Esa canción ya es teatral en estudio, pero en vivo tiene otra textura donde estalla, se repliega y vuelve a golpear con una intensidad doble. Pero lo más impactante fueron los pasajes improvisados: “The New Sound” y “Bongo Seasons”, instrumentales que en vivo se expandieron, mutaron y se convirtieron en auténticas sesiones de laboratorio sonoro de greepeo.
Entre canción y canción, era imposible no reparar en un rasgo inesperado del público. Una parte sorprendente llegó vestida de gala: trajes completos, corbatas, camisas, botones que reflejaban las luces como si estuvieran entrando a una noche de estreno en un teatro clásico, no a un concierto donde el desorden funciona como un instrumento más. Esa yuxtaposición —formalidad en la ropa, libertad total en la música— creó un ambiente peculiar incluso para los estándares de Greep: personas moviéndose con entusiasmo, saltando y coreando sin que el nudo de la corbata se aflojara un milímetro, aunque bañadas en sudor. Era un público curioso y comprometido, atento al detalle, dispuesto a seguir el juego y con el tipo de humor necesario para abrazar la greepeta.
Algo similar pasaba sobre el escenario, aunque con un lenguaje completamente distinto. La banda conversaba con miradas, mínimos gestos que podían transformar un suave ritmo latino en un estallido de noise rock. Había algo de ensayo, algo de trance colectivo y mucho de telepatía musical. Parecía que estaban jugando, probando, desmontando y reconstruyendo las canciones frente a todos. Había riesgo, había humor, había tensión, pero con una naturalidad sorprendente. Parecía que las canciones estaban siendo descubiertas en tiempo real, y esa sensación —la de presenciar algo que no va a repetirse— fue lo que terminó de darle al concierto un peso particular. Geordie hace que la música camine.
Al final, el debut solista de Greep en Chile dejó la impresión de un artista que no necesita previsibilidad para sostener un show, sino todo lo contrario. Fue una noche caótica en el mejor sentido, impredecible e impresionante, y lo bastante sólida como para entender por qué su música genera tanta fascinación. Un debut que, sin proponérselo, se volvió inolvidable y que se catapulta sin duda como uno de los mejores del año.



