Masters Of Rock día uno: cuando las leyendas aún caminan entre nosotros

Masters Of Rock día uno: cuando las leyendas aún caminan entre nosotros

Fotos: Camila Luengo

El primer día del Masters of Rock fue más que un festival. Fue un acto de fidelidad a la historia del metal, a su capacidad de resistencia y a su vigencia inquebrantable. El Movistar Arena fue testigo de una noche cargada de intensidad, marcada por el contraste generacional, estético y emocional de cuatro bandas que, desde distintos lugares del mapa y del tiempo, ofrecieron un espectáculo que superó con creces cualquier expectativa.

Desde la crudeza fundacional de Pentagram hasta la precisión monumental de Judas Priest, pasando por el despliegue emocional de Opeth y la teatralidad de Savatage, el festival trazó un recorrido del metal en sus diversas formas. Cada banda aportó un matiz distinto al relato general de la jornada, haciendo de esta primera fecha un verdadero punto de encuentro para generaciones enteras de seguidores.

Pentagram fue el encargado de abrir la noche y lo hizo con la autoridad que da el hecho de haber sido pioneros en una escena hostil y emergente en Chile. Lejos de ofrecer una mirada nostálgica, su presentación fue una reafirmación de vigencia. Con temas de su nuevo álbum «Eternal Life of Madness», la banda no sólo repasó su legado, sino que mostró un presente sólido, afilado, a la altura del escenario que compartían. Fue un inicio potente, anclado en la historia pero con la vista puesta en el futuro, con la ferocidad de quienes han mirado a la muerte a los ojos y han sobrevivido para contarla.

La presentación de Opeth fue un viaje cuidadosamente estructurado. Mikael Åkerfeldt condujo al público por paisajes sonoros complejos, alternando entre la agresividad del death metal y la sensibilidad del progresivo con una naturalidad que muy pocas bandas dominan. Su setlist exploró distintas épocas de su discografía, tejiendo una narrativa compleja donde la densidad sonora convivió con momentos de calma introspectiva, como si cada canción contuviera su propia dramaturgia interna. Sonaron temas clásicos como Ghost of Perdition, In My Time of Need y Deliverance y también algunos de su último disco “The Last Will And Testament”. Åkerfeldt, siempre cercano y con su humor seco, conectó con el público chileno como si estuviera en casa. Construyó una experiencia que requirió atención y entrega  y el público chileno respondió con entusiasmo y devoción.

Savatage subió al escenario con una carga emotiva especial: su primera vez en Chile y la ausencia de su vocalista y figura histórica, Jon Oliva. Abrieron de forma gloriosa con Overture y Welcome to the Show, marcando un tono épico que se mantuvo hasta el final. Zak Stevens, carismático y cercano, sostuvo el espíritu de la noche con una entrega vocal impecable y una conexión genuina con el público, que lo recibió como a un viejo amigo. Chris Caffery, por su parte, se adueñó del escenario con solos vibrantes y distorsionados, fieles al estilo clásico de la banda, cargados de dramatismo y energía. El anuncio de su próximo álbum funcionó como un mensaje claro de continuidad y renovación. Aunque la ausencia de Oliva fue sentida, la calidad musical y la conexión con el público lograron sostener un show que se sintió como un homenaje y una promesa al mismo tiempo. El momento más emotivo llegó con Believe, cuando la banda rindió homenaje al gran Jon Oliva. El setlist fue un viaje cuidadosamente diseñado por lo mejor de su historia: Jesus Saves, The Wake of Magellan, Edge of Thorns, Dead Winter Dead… cada tema fue recibido como una reliquia, interpretado con pasión y respeto. Y cuando llegó el turno de Hall of the Mountain King, el clímax fue absoluto: una descarga final de potencia, teatralidad y virtuosismo que cerró una actuación inolvidable. 

Y entonces, las leyendas. Cuando Judas Priest subió al escenario del Movistar Arena, no fue simplemente el cierre de una jornada intensa: fue una lección. Judas Priest emergió como un coloso blindado, con un Rob Halford más mito que hombre. Con más de 50 años de historia a cuestas, la banda británica demostró por qué sigue siendo una de las piedras angulares del heavy metal. Lo suyo no fue un acto de nostalgia: fue presencia, vigencia y poder.

Con sus 73 años, sigue siendo el emblema absoluto. Su voz, aunque por momentos más contenida, conservó la fuerza y el dramatismo que siempre la caracterizó. No necesitó exagerar, cada gesto, cada línea vocal, cada entrada con su chaqueta metálica y su andar de leyenda viviente, bastó para hipnotizar a miles. Y cuando llegó el momento de Hell Bent for Leather, apareció montado en su clásica Harley Davidson. Iconografía pura. Ritual intacto.

Cada acorde fue historia viva: Painkiller, Electric Eye, Breaking the Law. No hubo respiro. Halford, con su voz afilada como el filo de una espada, comandó un ejército de fieles que no necesitaban traducción: el metal habla en lenguas que todos entendemos. Pero más allá del setlist, lo que dejó el paso de Judas Priest por el Masters of Rock fue una sensación de contundencia. De autoridad. Una banda que no vive de lo que fue, sino de lo que sigue siendo.

En un festival que reunió distintas formas de entender el metal, los británicos entregaron una síntesis perfecta de tradición, fuerza y entrega total. Fue un final de altura olímpica. Porque hay bandas que hacen historia y otras que son la historia. Judas Priest pertenece a esa última categoría. Y en Chile, una vez más, lo dejó en claro.

Matias Garcia

La música me salvó la vida.

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