The Pineapple Thief en Chile: Precisión y refugio en un eco compartido

Fotos: Camila Luengo
Dos intentos fallidos, años de espera, discos que acompañaron en silencio durante décadas y por fin, The Pineapple Thief debutó en Chile. Una deuda emocional que se pagó con creces en un Teatro Caupolicán que sin estar a toda capacidad se sintió lleno en cada rincón de fans que cayeron rendidos ante la intimidad, fragilidad e introspección que ellos son capaces de crear.
La jornada partió con los invitados nacionales Nuvian, un proyecto de experimentación instrumental liderado por Matías Salas y Gabriel Contreras. Su propuesta resultó ad hoc para templar el ambiente previo. En formato dúo de bajos, su math-rock de texturas complejas y métricas irregulares se transformó en una grata experiencia para los presentes en un breve pero bonito preludio de lo que vendría.
Puntuales, frente al telón de It Leads to This, a la luz de hermosas luminarias y con la petición de no grabar ni fotografiar el show, Bruce Soord y compañía tomaron el escenario con «The Frost», y cada pausa, cada respiro entre notas, parecía medido para caer de inmediato en la atmósfera íntima que TPT crea con sus capas de guitarras cristalinas, teclados y sintetizadores mágicos, un bajo cálido y una batería que susurraba antes de golpear hasta envolverlo todo. Funcionó como un puente entre el mundo interior de quienes estábamos ahí. Le siguió uno de sus mayores éxitos «In exile» donde la precisión rítmica de Harrison brilló sin esfuerzo –como lo haría toda la noche–, reafirmando por qué es uno de los mejores bateristas del mundo.
Soord, reservado en palabras, dejó que su voz y guitarra hablaran por él con honestidad, profundidad y melancolía pura en cada nota. «Demons», «Our Mire», «Versions of the Truth» y «Fend for Yourself» se sintieron como espejos emocionales para el público, que no solo escuchaba, respiraba al ritmo de los ingleses.
Su última placa, It Leads to This fue tocada en su totalidad, entrelazándose con composiciones más antiguas. «Put it Right», «Every Trace of Us», «Rubicon» y la homónima «It Leads to This» mostraron a una banda consolidada, con pleno dominio al explorar ritmos quebrados y armonías vocales que flotan delicadamente sobre los acordes envolventes. Cada detalle confirmó que hoy viven su formación más sólida.
«White Mist» fue otro gran momento de la noche, con Gavin Harrison reafirmando su capacidad para devastar sin necesidad de golpes fuertes ni velocidades extremas. La sorpresa llegó con una bella sección acústica en medio del show compuesta por «Threatening War», «Barely Breathing» y «Snow Drop» que llevó la intimidad del show a otro nivel con estas piezas musicales que uno elige escuchar en soledad y que de pronto se vieron compartida con cientos de almas que parecían sentirse igual.
«Alone at Sea» y «The Final Things of my Mind» cerraron de forma perfecta un concierto que buscó abrazar, cicatrizar y reconfortar en la fragilidad, con sencillez y humanidad. Entre melodías suspendidas en el aire, The Pineapple Thief se convirtió en el mayor consuelo en un refugio casi cinematográfico.
Los momentos energéticos se hicieron presente durante la noche e iban reafirmando la devoción por una banda tan esperada en este rincón del mundo. Bruce Soord cantó y tocó su guitarra –de constante cambio– como quien abre heridas sin miedo al dolor, mientras Gavin Harrison, Jon Sykes, Steve Kitch y el nuevo guitarrista, Beren Matthews respondieron construyendo hermosos paisajes sonoros donde la distorsión nunca eclipsó la claridad melódica. Un debut que no solo cumplió expectativas. Las superó con una precisión que emocionó hasta el último rincón del Caupolicán.