Dream Theater en Chile: Danzando hacia la eternidad

Dream Theater en Chile: Danzando hacia la eternidad

Remontémonos hacia finales de los noventa: el auge cada vez más presente del nu metal y el grunge en caída en picada, el metal en búsqueda general, en miradas de revolución a su propio sonido, en tratar de convertirse en algo que pudiera superar sus propios niveles. Dream Theater fue un actor importante de aquella década, dejando grandes discos en la primera mitad, aunque también estaba ya en vísperas del nuevo milenio con aires de cambio, de tratar de acertar con una pieza que los solidificara como banda y los inmortalizara como acto de arte. El camino correcto fue su gran álbum de 1999 que tuvo la grandeza conceptual de sus mentores como Rush o Pink Floyd, su piedra filosofal, donde la épica, la emoción y el tecnicismo caminaran juntos, el grito angustiado de un alma en pena y la redención sanadora, en una historia que vinieron a celebrar ayer, cumplidos más de 20 años: el gran «Metropolis Pt. 2: Scenes From a Memory».

Los fans lo sabíamos: eso ya era gran cosa, pero no hay que ser injustos, la banda llega en un excelente momento. El lanzamiento de su nuevo álbum «Distance Over Time» ha recapturado esa magia algo perdida, con canciones bien compuestas—otra vez— en un proyecto bien elaborado conceptualmente basado en el paso del tiempo y que también quisieron celebrar con sus fans, mostrando cinco potentes cortes de él que sonaron fuerte y fueron muy respetadas por el público. La «mascota» del disco tuvo protagonismo, pues fue esta especie de Hombre Bicentenario el que se encargaba de recordar las portadas de sus discos más emblemáticos antes que la fiesta de la maestría progresiva arrancara, además de contar con un bello mástil calavérico que sostuvo el micrófono de LaBrie durante esta primera etapa del show.

Divididos en actos, como no podía ser de otra forma con una banda llena de teatralidad desde su nombre hasta su forma de trabajo, el show en su primera parte se encargó de marcar el primer acto de presencia, con la nueva savia: «Untethered Angel» retumbaba como cañón en la entrada, pero además un pequeño «regalito» con canciones como «A Nightmare to Remember» del Black Clouds  y «In the Presence of the Enemies pt. 1», aquella maravilla de Systematic Chaos, ambos mágicos y sublimes, con puestas de escena de lluvias y oscuridad y sobre todo épica en la ejecución, porque lograr la sincronía que requieren estos temas es lo más complicado, por eso la credibilidad orgánica que ofrece la marca DT es impresionante, los neoyorquinos además nos hicieron explotar con el final del primer set con «Pale Blue Dot», dotada de un video de la tierra y algunas comunicaciones espaciales antes de llegar con fuerza con ritmos de batería y un frenesí de teclados y guitarra.

James LaBrie saludaba afectuosamente, con una polera que homenajeaba a ese The Joker tan contingente por estos días (reconocido es su gran gusto por los comics, además), quien recordaba el primer show que la banda había brindado acá, justamente en diciembre de 2005 en un año increíble y tras el lanzamiento de su otra gran obra maestra como lo fue «Octavarium». El vocalista acusó estar algo enfermo, pidiendo disculpas por sus tonos, que hace rato -enfermo o no- no han estado a la altura. En la primera parte se notó, pero quizá la emocionalidad de la segunda parte lo hizo recuperarse un poco.

Fueron largos minutos de espera y ansiedad, lo que se venía todos los sabíamos: «Esta hueá que viene será mágica», «no puedo creer que veré el Scenes completo», se escuchaban los murmullos entre el público, además del ya clásico de los conciertos en tiempos de espera—desde octubre a la fecha—»¡el que no salta es paco!» en un Movistar plagado de 15.000 amantes del progresivo, del rock y metal en general, pues si bien la banda goza de esa técnica, es del gusto del metalero que ama el groove además, cosa que ha curtido muy bien la banda en su trayectoria, lograr un encuentro diverso en su fanaticada.

Llegaba el momento tras 20 minutos y más de espera: el mástil calavérico se transformaba con el símbolo del infinito para recibir tan magna obra maestra: los planos audiovisuales cambiaban, la música can-can nos llevaba a ese enigmático 1928 que es donde comienza la historia. Un programa visual de reliquia y dedicación, armados con caricaturas y secuencias notables nos presentaban a Victoria y Nicholas, los protagonistas de esta historia en base a un cruel asesinato y la búsqueda de la verdad. Los tic- tac de la regresión, la memorable intro acústica de «Regression» para darle paso al poder impresionante de la “Overture 1928”, quizá una de las mejores maneras de abrir un álbum: la emoción a flote y todos saltando. Si bien Petrucci ya había estado certero en la primera parte, este es el disco donde vemos toda su maestría en su estado más puro, y vaya cómo lo demostró anoche en vivo, con un dominio surreal de las cuerdas de la guitarra, siempre en sincronía con los dedos asesinos en las cuatro cuerdas de John Myung, otro personaje que parece ser sacado de otro planeta para deleitarnos con su experticia.

Lógicamente «Strange Deja Vu» había que cantarla y vibrarla como correspondía, el sonido del trueno de Mangini en esa gigantesca batería y el genio de los teclados Jordan Rudess es cuento parte, tomando su Keytar para deleitarnos tan o más rockstar que el propio Petrucci, sonriendo y empatizando con el público. Este es un disco sin duda especial para él, pues como bien lo celebró LaBrie en el mismo show, fue el primero donde participó y el punto de inflexión de la banda. «Fatal Tragedy» nos mostraba el momento más terrible de la historia en pantallas, el asesinato de aquella chica llamada Victoria Page, pero al mismo tiempo desataba una épica impresionante en las ejecuciones. A veces uno se hipnotizaba un poco con las muestras del dominio en las cuerdas de Petrucci mostradas en pantallas. «Beyond This Life» es tal vez uno de los momentos más sublimes del álbum, donde todo nos dice que debemos estar concentrados admirando la técnica, pero el lado intelectual a veces juega con el emocional.

Las notas arábigas de «Home» eran precedidas de la arenga del cantante, en otro tema que sonó estremecedor. Este es un disco que tiene muchas emociones, pese a la técnica y el virtuosismo, es ahí donde reside su grandeza. «Dance of Eternity» era lo siguiente, donde las perfecciones entre Petrucci y Myung seguían al servicio del show. Tras la coreada «One Last Time» empezábamos a llegar al desenlace, ese momento tan cautivante que nos deja el mensaje de que recordemos que la muerte no es el fin, sino sólo una transición, con «The Spirit Carries On» (recordemos que en su pasada en 2010 la banda dedicó este tema a las víctimas del terremoto) y la memorable pieza de epílogo «Finally Free».

Volvieron con un encore con «A Wits End» y una gran despedida digna de un show aplastante, teatral, que nos hizo soñar y vibrar metal de alto calibre. Si habían dudas en cuanto a continuidad, vigencia y creatividad sónica, el show de anoche y el trabajo construido en la última parte de su carrera pueden cerrar bocas totalmente. Dream Theater se ha consolidado como un bastión del metal progresivo moderno, dejando el legado y la pelota en la cancha para las nuevas generaciones, en que hoy por cierto hay cientas que beben de su sonido, pero que difícilmente pueden pararse de igual a igual con unos verdaderos dioses del estilo.

Por Patricio Avendaño R. 

Fotos: Jerrol Salas 

Patricio Avendaño

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