Los Mejores 51 Discos de Rock Chileno: del 10 al 1
Pettinellis
Pettinellis
2002, Warner Music
10. El rock mestizo ítalo-chileno de Pettinellis es una mezcla poco habitual, que encuentra cauce en iniciativas de carriles extra-musicales como el Bar Liguria (el disco cierra con el ‘Himno Internacional del Liguria’), o el cine de Boris Quercia (compusieron la banda sonora de Sexo Con Amor, película con fuerte influencia de la tragicomedia italiana). Si bien el personalismo de Pettinellis es elocuente, desde su nombre, los talentosos como Henríquez no sólo saben componer buenas canciones, sino que saben con quién juntarse para interpretarlas. La banda que armó es tan buena y tan afiatada, que hacen ver natural la interpretación de trece canciones bellísimas, cuál más coherente con la siguiente, pero a la vez generosas en sonidos diversos. El piano y el Farfisa de Camilo Salinas -uno nacido en Italia, pero con el ADN de músico chileno heredado por su padre, Horacio- le entrega todo el encanto al dramón cebolla de ‘Hospital’, y presta todo el apoyo en su pena a Henríquez en la interpretación de la cueca triste ‘Fidel’. La sociedad de bajo y batería de Pedro Araneda y Nico Torres marca el paso de una sonoridad que no encontró herederos, y se hace notar en juguetones temas como ‘Un hombre muerto en el ring’, y sobre todo, en el instrumental ‘A Go-Go’. Opacado por el legado de Los Tres, Pettinellis es una de las joyas más subvaloradas del rock chileno._ F.G.
La espada y la pared
Los Tres
1995, Sony Music
9. Se ha dicho varias veces que La espada y la pared no es el mejor disco de Los Tres, pero sí el más importante. No cabe ninguna duda que es el que los consagró totalmente, algo que de paso sirvió para que la música chilena –recién a mitad de los 90- se ganara afuera el espacio que necesitaba de forma urgente. Espacio que había quedado segregado con los años de dictadura en Chile, al menos en cuanto a difusión. Las apariciones en MTV, las buenas migas con gente como Café Tacuba y Fito Páez, y el reconocimiento en todo Latinoamérica, no sólo daban cuenta de que fue un gran disco para escuchar, también fue un álbum que generó orgullo patrio, y más aun, considerando que Los Tres siempre han tenido una raíz criolla y guachaca, muy latente en sus composiciones. Ahí estaba el tema que daba nombre al disco, con letras encriptadas y con distintas secciones, guiños country y algo de sicodelia. ‘Déjate caer’ era la maravillosa entrada de cuajo al álbum, donde el bolero cobró nueva vida con un tema tan emocionante como desgarrador. La divertida ‘Hojas de té’, blusera y alegre, se convertiría en un verdadero himno. La maldición intravenosa, lisérgica y oscura de ‘Te desheredo’ es de los momentos más intensos y atrapantes del disco. ‘Tírate’ nuevamente exploraba las baladas en clave bolero, pero con un toque sombrío y sarcástico. Cuando miramos la década de los 90 y tratamos de encontrar los discos que mejor nos representaron hacia el mundo, con La espada y la Pared encontramos una obra vital. No mucho después vino el unplugged, muy reforzado con las canciones de este disco, que simplemente terminó por hacer historia y dejar a la banda de Henríquez, Parra, Molina y Titae como verdaderos héroes nacionales._ Patricio Avendaño.
Weichafe (Disco rojo)
Weichafe
2002, Guerrero Discos
8. No hay nada que explicar sobre una banda que representa mucho más que un patrimonio de rock chileno aún vivo y latente en la conciencia. La obra de Weichafe ha trascendido de diversas formas y, lamentablemente, por cuentagotas. Es su autenticidad callejera y carácter subversivo, sumado al gran respeto y pasión que tienen por su música, que han llegado al punto en que se encuentran hoy. Pero sin duda, este disco significó un punto de inflexión después de su poderoso debut editado a pulso y esfuerzo. Weichafe, el “Disco Rojo”, significó la convicción de tocar rock chileno, pero no desde la sonoridad latinoamericana de Los Jaivas ni de la forma “guachaca” de Los Tres, sino que tomando el manual del “rock clásico”, con la guitarra protagonista llevando la batuta, con Aguaturbia y Hendrix como referentes, y moldeándolo de tal forma que lo volvieron tradicional. Y eso lo lograron –y acá radica su maestría e importancia- porque Pierattini, Da Venezia e Hidalgo tomaron las lecciones del rock ya hecho en la patria para hacerlo único y, definitivamente, “criollo”: ‘Las Cosas Simples’, con sus percusiones de patrón 6/8, legado irrefutable de Gabriel Parra, y su aire folklórico tomado de la herencia de Víctor Jara; la fuerza punk de ‘Pichanga’ no puede ser otra que la de sus queridos Machuca, y su clásico ‘Olvidando’; el carácter metálico teledirigido de ‘Salvador’ sacado del legado de Criminal en los 90; ‘Ñuñork’ con la experimentación de la poesía musicalizada, con el mismísimo Gonzálo Henríquez (de González & Los Asistentes) como apoyo; y así podríamos seguir. Esa fusión de ritmos, más el sonido propio que Weichafe cultivó como power trio y que pone en evidencia en canciones como ‘Pan de la Tarde’, ‘5:30’ y ‘Ripio y Soledad’, ha hecho de este disco un referente inequívoco para todos aquellos que escuchamos y nos apasionamos con los sonidos poderosos del estilo. Y si bien desde su salida en 2002 este disco ha estado lleno de trancas para que llegue a los oídos del gran público rockero nacional, ha envejecido exquisitamente, y de a poco se ha ido reivindicando y tomado su valor como el clásico del rock chileno que es por antonomasia. La razón es muy simple: nos devolvió el cariño por el rock._ C.T.
Los Jaivas (El indio)
Los Jaivas
1975, EMI Odeón
7. Definámoslo como potencia pura, fusión e inspiración. Para muchos críticos es la mejor obra de Los Jaivas, y es curioso porque no tuvo la repercusión mediática y éxito comercial de Alturas de Macchu Picchu. Con su artística portada -obra del «sexto jaiva», René Olivares- y un rendimiento técnico muy por sobre el promedio, esta placa nos dejó sonidos que eran resultado de una búsqueda constante, búsqueda que partió en Argentina y que luego los llevó a Europa. ‘Guajira cósmica’ es una mezcla extraordinaria de ritmos, mixturada con el piano de Claudio Parra, mostrando tintes de electrónica que te llevan a ese imaginario cósmico tan propio de nuestros pueblos. ‘La conquistada’ te envuelve con la profundidad de su mensaje, el que vas entendiendo y transformando según pasan los años, pero siempre al alero de un gran rock progresivo. Y ‘Tarka y ocarina’ equilibra tan bien el rock, el jazz, el folclor y la batería más genial de Gabriel Parra, que es un imprescindible dentro de su brillante discografía. El indio es el que termina de definir la identidad musical de Los Jaivas, en términos de fusión de sonidos latinoamericanos y aquellos provenientes del rock progresivo. Es este disco el que termina por encumbrarlos a un nivel de respeto e influencia trascendental dentro de la música de nuestro continente._ Macarena Polanco.
Fictions
Los Vidrios Quebrados
1967, UES Producciones/RCA Victor
6. Uno de los antecedentes más robustos del rock hecho en Chile y uno de los primeros gritos de la contracultura nacional. Por esto mismo, tildar a Fictions de psicodélico sería encasillarlo injustamente en un estilo musical que no prosperó en el país. Y Fictions es trascendente. Los Vidrios Quebrados ofrecieron al Chile de los 60 una de las primeras vitrinas del revolucionario rock que, en ese momento, pasaba por una de sus etapas doradas, tanto en Europa como en EE.UU. Aunque uno de los grandes méritos de este disco es que sólo está compuesto por canciones propias, Los Vidrios Quebrados presentó a los chilenos –y en primera persona- a The Beatles, The Yardbirds, The Rolling Stones y Bob Dylan. Sus canciones, todas grabadas en 3 noches, son un conjunto de composiciones de todos los integrantes de la banda, con un fuerte predominio de baladas y armónicos arreglos vocales. Décadas más tarde, sus integrantes confesarán que el estilo de la banda en vivo reflejaba un sonido más desenfrenado. Aún así, la banda apostó por presentar en su único LP un abanico generoso de composiciones simples (‘Words, and Words, and…’), ambiciosas (‘Concert in a Minor, Opus 3’), premonitorias (‘We Can Hear the Steps’) y, sobre todo, coléricas (’Time Is Out of Question’, ‘Inside Your Eyes’, ‘Fictions’ y ‘As Jesus Wore His Own’), marcando uno de los primeros precedentes de rock hecho en Chile._ Gabriel Chacón.
Pateando piedras
Los Prisioneros
1986, EMI Odeón
5. Se habla de Corazones (1990) como el disco que rompe todo y que pone en relieve las diferencias musicales entre Jorge González y Claudio Narea. Sin embargo, Pateando piedras es el primer escollo que atraviesa esta relación, ya que uno quería experimentar con teclados, samplers y sonidos pregrabados; y otro era más conservador, más de hacer algo como lo que ya se había hecho y que había resultado bien. El sonido de La voz de los ‘80 es guitarra, bajo y batería, mientras acá se muestra más tecno, al estilo Depeche Mode, como lo había determinado el compositor del grupo, quien escribe las 10 canciones del álbum. De hecho, la canción ‘Muevan las industrias’ es grabada en el estudio sólo por González, como relatara años después el sonidista a cargo de la grabación, Caco Lyon. En definitiva, este disco merece su lugar en la historia porque pone a Jorge González como un compositor avezado, que no le tiembla la mano para experimentar pese al éxito anterior, y lo pone en la historia como uno de los compositores más importantes de su generación, lo que años más tarde, será refrendado por varias otras producciones, situándolo nada menos que a la altura de Violeta Parra y Víctor Jara, por contenido social, político y musical._ Emiliano Aguayo.
Kaleidoscope Men
Los Mac’s
1967, RCA Victor
4. Pocos discos tienen tantos argumentos a favor para ser considerado uno de los mejores de nuestra historia. En contexto, siendo 1967, Kaleidoscope Men es una cátedra de calidad compositiva, sonora y musical. Chile, el último reducto en la colonización del rock n’ roll por el cono sur, vio nacer un álbum revolucionario y probablemente sin comparación en la sicodelia beat latinoamericana. Los Mac’s agotan todos los recursos y todos los esfuerzos en construir esta verdadera columna testimonial de una generación. Los guiños a Sgt. Pepper son innegables desde el arranque con ‘F.M. y Cía.’, una de las más certeras aperturas de un álbum nacional; riff furiosos como en ‘Secuencias’ y ‘El Amor Después de los 20 Años’, poesía lisérgica en ‘El evangelio de la gente sola’ y ‘A través del cristal’, barroquismo folk como en ‘Anne Marie’, garaje sucio y ácido como en ‘Tensión extrema’, el dandismo melódico de la invasión británica en ‘Al otro lado del mar’ y el soft rock inteligente americano en ‘Nada dulce niña’. Los Mac’s supieron leer tan bien su época y cargar a toda una generación de músicos al hombro, que Kaleidoscope Men incluye también el primer himno del rock chileno: ‘La muerte de mi hermano’ (compuesta por Payo Grondona, emblema de la Nueva Canción Chilena), una crónica antiimperialista sobre los tiempos que corren y que confirma el llamado juvenil a denunciar y cantar sobre la realidad, manifiesto político que no es azaroso dentro del álbum si consideramos el saludo a Dylan en ‘Dear Friend Bob’. Mientras suenan las metralletas sampleadas, podemos observar en la portada a los cuatro músicos vestidos de ponchos amerindios y camisas sicodélicas, un verdadero sincretismo que sería el puntapié inicial del camino que nuestro rock comenzará a llevar al llegar su madurez. Un disco fundacional._ Crístofer Rodríguez.
Fome
Los Tres
1997, Sony Music
3. Ir en contra del establishment ha sido un gran inspirador para los grandes discos de rock de la historia, sea por la vía de la crítica social, el hedonismo -el sobrevalorado lema “sexo, drogas y rock and roll”-, o incluso, el paganismo u ocultismo. En esta línea, varios de los grandes discos de rock simplemente emergen desde la negatividad, el dolor, la sensación de que todo, inexorablemente, termina mal. Esta avasalladora fuerza creativa es la que inspira a uno de los mejores discos de la historia del rock chileno, que no podía llamarse de otra forma que Fome. La banda no pasaba por su mejor momento cuando viajó a EE.UU. a grabar la placa. Álvaro, particularmente, no lo estaba pasando bien. Y toda esa negatividad fue vomitada en el mejor disco de Los Tres, uno que no sacó el impulso creativo ni desde las afrentas a la dictadura, ni desde la realidad social del momento. En Fome, simplemente, todas las historias contadas terminan mal: las más introspectivas, las más lúdicas, las rabiosas, e incluso, las fábulas de tono casi infantil. La onda ‘Tomorrow Never Knows’ de ‘Bolsa de mareo’, los sonidos noir de ‘De hacerse se va a hacer’, los guiños surf rock en la balada ‘Olor a gas’, la urgencia a la The Who de ‘Antes’, e incluso el jazz afrancesado de ‘La Torre de Babel’; todos los sonidos están confabulados para musicalizar historias que terminan en tragedia, desafiante reproche o desamor. A diferencia de otros grandes discos del rock chileno, en Fome no se trata de épica, no se trata de aguda lectura social, ni menos del disco que marca los cimientos del rock chileno (eso ya lo hicieron en sus discos anteriores). Fome, simplemente, es una obra perfecta que no pretende ir más allá de sí misma, que no tiene afán grandilocuente. Se agota en sí mismo, casi con el mismo afán autodestructivo de cada una de sus canciones._ Felipe Godoy.
La voz de los ‘80
Los Prisioneros
1984, Fusión
2. 1984. Tras once años de dictadura, la cultura, la bohemia y la juventud habían sido aniquiladas por las políticas de shock implementadas por el fascismo militar. En ese gris panorama, nacieron Los Prisioneros, bajo el inocente amparo de una sala de clases en San Miguel y cautivados por la contracultura del punk. El hastío de la “música oficial”, la subversión propia de su juventud más el talento y la inquietud de un joven prodigio llamado Jorge González, fueron sus principales argumentos para componer uno de los mejores discos en la historia de nuestra música popular. Y de nuestro rock. La voz de los ‘80 representó en aquel 1984 la urgencia de decir y hacer cosas, de incomodar –de alguna forma- a la estructura del poder imperante, desde la música pop. Porque hablar abiertamente, en plena dictadura, de sexualidad (‘Sexo’), de salir a carretear por la noche (‘Brigada de negro’), de hacer un balance patriótico (‘No necesitamos banderas’), de criticar a otros músicos (‘Nunca quedas mal con nadie’), o de tener conciencia americanista anticapitalista (‘Latinoamérica es un pueblo al sur de EE.UU.’), perfectamente pudo haber sido la primera piedra para instalar, culturalmente, la idea de que la libertad de expresión era algo posible y, sobre todo, que podía ser popular. Así, de repente, ser adolescente, ser de izquierda y ser rockero no estaba mal, si amabas la música y si eras jodidamente bueno haciéndola (y de paso, tumbando muchos muros de prejuicios en el proceso). La puerta que abrieron hacia esa autovalorización, hacia la subversión, hacia el punk y la new wave, hacia la música joven y hacia la cultura pop en general, ya nunca pudo cerrarse para nadie. La voz de los ’80, fiel a aquel nombre, representó a la adolescencia y al rock chileno como nadie más pudo hacerlo en los 80, convirtiéndolo en un genuino, fortuito y prematuro “grandes éxitos”, cuyo puntapié inicial es la intro de batería más reconocible de la historia de nuestro cancionero, las líneas de bajo más cortopunzantes de la década y un mensaje eterno que fue, es y será una apropiación cultural ganada desde el rock, que nadie ha podido superar._ C.T.
Alturas de Macchu Picchu
Los Jaivas
1981, CBS
1. Este, es quizás el único disco en toda nuestra historia rockera que nació con una vocación canónica: por la dilatada trayectoria de la banda, el contexto sociopolítico del país en los 80, la relación histórica Chile-Perú, la representación del mundo precolombino, la construcción de “lugar”, su composición musical (instrumentación, patrones rítmicos, patrones melódico-armónicos y elaboración sonora), o la musicalización de un poema. Alturas de Macchu Picchu cumple con todas las condiciones para ser considerado nuestro mejor disco de rock de todos los tiempos. Y además, puede que sea por esa condición de obra normativa, que referirse al rock chileno sea, incondicionalmente, hablar de Los Jaivas. Para 1981, la banda viñamarina se encontraba en la cresta de su periodo compositivo, por lo que la idea de musicalizar el poema de Pablo Neruda, extraído de su obra magna Canto general (1950), era un desafío mayor. Poder plasmar su magia sobre la base de un paisaje que ya estaba lleno de colores tenía sus altibajos, pero Los Jaivas, junto a su productor Daniel Camino -el gestor de la idea- supieron llevar la tarea de tal forma que su resultado es tan impresionante como conmovedor. No hay segundo dentro de los casi 38 minutos que dura el disco que no genere múltiples percepciones en quien está oyendo. Encanto, asombro, perplejidad. Su sincretismo entre las mixturas del folklore latinoamericano y el rock progresivo-sicodélico nunca sonó con tanta pulcritud, y como el vuelo del cóndor, que agita sus alas para alcanzar altura y luego sólo planear, el disco pasa por dos momentos que se van entretejiendo: hay espacios musicales menores -lentos, atmosféricos, instrumentales- que sirven de introducción (‘De aire al aire’), epílogo (‘Final’) y pausa (‘Amor americano’, ‘Antigua América’) para que entren con más fuerza las canciones más excelsas: la suite-rock ‘La poderosa muerte’, la folk-sicodélica ‘Águila sideral’, y el joropo eléctrico ‘Sube a nacer conmigo hermano’. Este balance es perfecto para un disco que exuda virtuosismo. Otro punto destacable es el desempeño de Los Jaivas como banda. Primero, la comunión y comunicación entre ellos, haciendo que las canciones adquieran aún más personalidad; y segundo, la cohesión con sus instrumentos, en especial Gabriel y su icónica batería Ludwig OctaPlus, Claudio con el elegante piano Steinway y Mutis con su clásico bajo Rickenbacker 4001. Los Jaivas, con este disco, tendieron un manto sonoro sobre el cual la música popular, y sobre todo el rock, se han identificado culturalmente como “lo chileno” o “lo criollo”, aún teniendo en cuenta que su construcción se debió a la apropiación de un pasado ajeno y de músicas foráneas, con una maestría tal que lo convirtieron en emblema patrio._ César Tudela.
[51-41] [40-31] [30-21] [20-11] [10-1]