«Mamalluca», el cósmico homenaje sinfónico de Los Jaivas al Valle del Elqui
Sony Music Columbia, 1999
El arte y la poesía está en prácticamente todo lo que ha construido Los Jaivas, cosa que se ha podido palpar desde sus inicios y más aún, en ese notable álbum que a la postre se ha convertido para muchos en el mejor realizado alguna vez por banda chilena, el gran «Alturas de Machu Picchu», que nació de la iniciativa de la TV peruana y de las ganas de la banda de llevar un homenaje a los poemas majestuosos de Neruda inspirados sobre aquel lugar.
Pero si bien fue algo demasiado grande aquello, la verdad es que Los Jaivas sintieron alguna deuda con la propia geografía patria, y ellos empezaron a inspirarse tanto en la tierra de Valle del Elqui, que crearon sus propios poemas, más bien dicho, el gran Eduardo Parra quien, prendado por la geografía del valle, quiso plasmar junto a sus compañeros un disco embelesado por aquel paisaje, inspirado además en la raíz poética de Gabriela Mistral y de las temáticas universales en comunión con la mística del valle. El sonido geográfico, se captura, al igual que en aquel gran disco que tributaba la ciudad perdida inca, de una forma sublime en «Mamalluca», grabado en la propia ciudad en 1999.
«Este es un lugar místico, pero no hay que olvidar lo doméstico» cuanta Eduardo Parra en el documental del álbum. «No hay que olvidar los símbolos tan naturales como una uva o una flor que crece en el valle. O el mismo Rio Elqui o el turbio que lo bañan, o sus cretas nevadas. Es decir, los monumentos naturales hacen que verdaderamente el hombre exista y cobijen a la vida».
Contando con dos fases, el primero en el observatorio llamado justamente Mamalluca, en el que la Municipalidad de Vicuña quiso que Los Jaivas se conectaran verdaderamente con las estrellas, que se inspiraran viéndolas con los telescopios y encontrar ahí una grandeza espacial mayor. «De un paseo por el valle, pasando por el Museo Gabriela Mistral, pasando por Monte grande y haciendo una visita posterior al Camino del Inca. Todas estas imágenes me querían decir algo. Me rejuveneció espiritualmente» revela Parra. La creatividad, emanada de la fuerza de los parajes elquinos no demoraron en convertirse en poemas y ser presentados a toda la banda quienes acogieron la idea de su compañero y especialmente Gato Alquinta, el «jefe de obra» (incluso se le vio en momentos muy enérgico y molesto en las sesiones para lograr la perfección) en este proyecto donde «todas las energías fluyeron, todo fue coincidente» como cuenta también otro gran protagonista como Mario Mutis. Literalmente los astros se alinearon para la concreción. Dotados de un computador con Windows 98 y un programa para escribir partituras, todo tomó ritmo y fluyó más rápido, como queda evidenciado en el documental de José Luis Valenzuela.
Para hacerlo esta vez es una orquesta dirigida por Fabrizzio de Negri la que funciona como gran soporte de aquel viaje, donde el rock experimental de siempre se torna sinfónico y prueba, una vez más, el carácter creativo de la banda en la reunión de elementos hermosos de la música folclórica latinoamericana con la parte cósmica de la banda, conectando todo y haciendo que tenga gran sentido el concepto. El lugar de la «fase 2» fue difícil encontrarlo, el lugar donde grabarían esta misión ambiciosa. Fue la Radio Universidad de Chile la que los cobijó, pues fue un lugar muy propicio y hecho para realizar grabaciones sinfónicas, aunque era un lugar abandonado y sufría de filtraciones de agua en el techo, erosión y factores que el paso del tiempo lo fueron agrietando. La banda trabajó para convertirlo a su imagen y semejanza y no pudo haberlo hecho mejor, convirtiéndose en un flamante estudio donde coros, instrumentos como pianos, violines, la imprescindible batería de Juanita Parra, distintas clases de guitarras y toda una orquesta tuvieron cabida.
Desde el primer rayo de luz inspiradora como «Alumno», que cuenta la historia de un niño cojo que busca a su profesora (Gabriela Mistral) pasando por «Cerro de la Virgen» y sus connotaciones religiosas, la notable «Chasqui» (dedicada al legendario mensajero del Inca) hasta la épica de quince minutos de la propia «Mamalluca». Lo que al principio se pensó con un solo tema, gracias a toda esta brillante inspiración y ensimismamiento con el lugar, finalmente se convirtió en toda una obra, y en una de las más grandes obras sinfónicas del rock chileno.
Por Patricio Avendaño R.