Tame Impala en Argentina: Más allá del horizonte
Desde las primeras edades del rock, los sonidos que comienzan a emerger desde el garage están destinados a inyectar nueva sangre al rocanrol. No sé si se trata de redefinir lo establecido, como muchos críticos han intentado llamarlo, pero lo que me dejo claro la presentación de los australianos Tame Impala el pasado domingo es que sí son parte de una nueva generación musical: la de lo espacial, de los colores, de la experimentación, del baile desenfrenado e íntimo.
Imposible no acudir al manual y buscar las reminiscencias de su sonido. Primero, del rock sicodélico sesentero de Cream, Blue Cheer, Grateful Dead y hasta del germinal Pink Floyd, para luego encontrar elementos del shoegaze de My Bloody Valentine, el noise de Sonic Youth y la improvisación esquizofrénica de Flaming Lips. Tal vez, (me) cuesta creer que una banda liderada por un tipo de veintiséis años –que compuso solo todo el álbum debut y lo grabó casi integralmente – tenga una cosmovisión capaz de integrar esos sonidos que evocan al pasado con la frescura de su presente y sin padecer en el intento. Innerspeaker es eso en la esencia de su espíritu, y vaya que también saben contagiarlo en vivo. Y con creces.
Los encargados de abrir los fuegos fueron los argentinos Humo del Cairo, quienes mostraron su repertorio cargado al stoner estilo QOTSA del ‘98, muy similar al de sus coterráneos Los Natas aunque más ondero y alejado del doom. Algunos problemas de sonido (varios acoples y ninguna regulación en el micrófono de la voz) desteñían, pero el trío supo afiatarse e hicieron lo suyo sobre el escenario. En general, una interesante banda para revisar.
Ya había leído una decena de buenas críticas del show que los oriundos de Perth habían realizado en Chile y en la primera noche en suelo argentino, así que iba con buenas expectativas y dispuesto a dejarme encantar. Luego de una espera tediosa con una partida falsa: un telón negro que se abrió para dar paso a la siempre amarga ‘prueba de sonido’ de los roadies; Tame Impala se hace presente en el escenario un cuarto para las once de la noche, con un recibimiento bullado por las fans que coparon el local de Palermo.
El envío inmediato fue ‘Solitude Is Bliss’, que en una versión más lenta que en el disco, inundó el espacio en un ritual de calma e introspección con sus sonoridades envolventes y la voz reverberada de Kevin Parker, líder y compositor. El primer golpe no tuvo ni empujones ni saltos desproporcionados, sino que fue una invitación a sumergirse en universos volátiles. ‘Why Don’t You Make Up Your Mind?’ seguía con esta atmósfera llena de texturas, de balanceos, donde el sonido vintage del teclado hammond de Jay Watson y las guitarras entrecortadas y llenas de fuzz eran los protagonistas.
Nuestro estado de vigilia se irrumpiría, era hora de despegar. ‘Desire Be Desire Go’ fue la canción para sacarse la energía contenida con el agite necesario mientras se coreaban los primeros versos: “Feel it come I don’t know how long it’s gonna stay with me”. Si bien la primera línea de acción eran las guitarras y el teclado (hasta en la ubicación en el escenario), las líneas de bajo de Nick “Paisley Adams” Allbrook eran el aura de todas las canciones.
Al fondo, al lado de la batería, con una quietud a veces desesperante y marcando el ritmo con leves movimientos, lo que salía de ese bajo eran golpes de furia directo a tus oídos. Lejos lo más loable. Y cómo destacó en la pausada ‘It Is Not Meant to Be’, una especie de morfina para reconectarse a ese viaje de compenetración cósmica al que los Tame nos estaban llevando.
Los mejores momentos de la noche llegarían de la mano de los temas nuevos. Hasta ese entonces, el concierto era una revisión de los sonidos en vivo de su disco debut, hasta que sonaron pegadas ‘Apocalypse Dream’ y ‘Elephants’, adelantos de su segunda entrega, Lonerism. Acá, todos terminamos de despertar: se saltó frenéticamente, se disfrutó y bailó como si fuesen clásicos. Melodías más aceleradas, más sucias, más de garage noventero eran las credenciales que mostraba el nuevo sonido 2012 de Tame Impala, sin perder ese toque espacial, progresivo y moderno.
La reiteración de los primeros compases de ‘Elephants’ una y otra vez (tocaron una versión extendida), más la complicidad y potencia entre bajo y batería, olían a ese rock futurista tipo Era Vulgaris, o como planteó la reseña de la Rolling Stone: “Un hipotético cruce entre Black Rebel Motorcycle Club y el Muse menos épico”. Una de las canciones más destacas en lo que va del año, sin duda, y una de las más fulminantes en todo el concierto.
El alto voltaje del show seguía con ‘Lucidity’, la más hardrockera de su debut, con las baquetas de Julien Barbagallo dándole rienda suelta a unos redobles de corte setentero y donde el bass groove nuevamente es protagonista (sin querer serlo). Continuaron con ‘International Feel’ y una de las más sicodélicas de la velada: ‘Alter Ego’, llena de matices, regalándonos un vaivén de emociones. En este punto, la percepción se conjugaba con todos los elementos extra-musicales para completar la experiencia: las luces, el humo cannábico, las imágenes de la pantalla de fondo que dibujaban los sonidos mediante un sistema de visuales audiorrítmicas. Un recorrido por los sentidos.
Luego de la ondera y poderosa ‘Half Full Glass of Wine’, donde el fiato de la banda (que vale decir es un grupo de amigos de Parker) se mostró en plenitud, se vino el bis. Aplausos algo tímidos -creo que después de tamaño abanico de melodías no estábamos preparados para el silencio- dieron paso a unos gritos para la vuelta de la banda que no tardó en regresar. Tiran al público botellas de agua, uñetas, stickers. Se muestran agradecidos y vuelven a ocupar sus posiciones para rematarnos con ‘Runway, Houses, City, Clouds’. De a poco, irían desapareciendo las distorsiones, los golpes de caja, los acordes del teclado; se iban alejando como un tren que deja la estación. Habíamos llegado al final del viaje.
Setenta y cinco minutos de mover nuestras cabezas de un lado para otro, de vibrar y volar sobre el horizonte habían llegando a su fin. Tame Impala respondió, y sobre todo, nos sorprendió. No dijeron mucho, andaban con lo puesto y la escenografía no tenía mayores recursos. Todo el énfasis estuvo en la música. Ahí estuvieron los colores y la llama del espíritu de esos drogos sesenta. Repito, no sé si es redefinición o renovación de la sicodelia, pero tengan una cosa clara: el rocanrol en la segunda década del siglo XXI está en buenas manos.
César Tudela B.