Disco Inmortal: Pink Floyd – The Piper at the Gates of Dawn (1967)

Disco Inmortal: Pink Floyd – The Piper at the Gates of Dawn (1967)

EMI Columbia, 1967

1967 sin duda fue el año de la sicodelia en el rock. «The Piper at the Gates of Dawn», el primer disco de Pink Floyd dio vida el mismo año que otra de las grandes obras de este género, como el imprescindible «Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band» de The Beatles o los dos discos que vieron florecer la figura de Jim Morrison junto a The Doors. Las ideas estaban cambiando, ya el formato de canción rock buscaba horizontes más amplios, con ansias de experimentación en pos de llevar la música a otros niveles, y la incursión de Pink Floyd en este período fue importantísima.

La idea central del título de esta sicodélica aventura creada por Syd Barret se basó principalmente en un cuento que marcó al talentoso compositor: «The Wind in the Willows» (El viento en los sauces) cuento que en uno de sus capítulos llevaba este nombre: «The Piper at the Gates of Dawn» («El flautista a las puertas del Alba»). En tal cuento como fábula se retrataban las clases sociales en torno a animales en divertido lenguaje y con singulares personajes. El libro de Kenneth Graham sin duda fue la válvula que se expandió y logró abrir la imaginación del músico inglés para recrear diversas historias que ayudadas de una lisérgica manera iban a concluir en este gran debut de la banda.

Pero el disco es mucho más que eso. Un sinfín de experimentaciones sin precedentes en la música iban a cobrar su real protagonismo. Era el período de consumo de altas dosis de ácido que ayudaron a la construcción de toda esta obra llena de simbolismos, aventuras espaciales, extraños personajes y temas existencialistas.

El arranque empieza a llevarnos lejos en un viaje espacial de inmediato: ‘Astronomy Domine’ es una canción que Barrett tenía en mente hace un buen tiempo, como una especie de cruza entre sus intereses astronómicos y el LSD, una junta perfecta. La canción destaca por sus sonidos que van de lo siniestro a lo emocionante, sus sonidos te van adentrando en territorios desconocidos, tanto musicales como sugestivos y esa es su gran gracia. ‘Lucifer Sam’ tiene un riff que te envuelve, te incita a algo que no sabes bien lo que es, pero que estás totalmente dispuesto a descubrir. Los ecos y los efectos en los sintetizadores cumplen el mismo propósito, aún así se nutre de un dulce y melódico coro cantado por Barrett principalmente.

El teclado de Wright nuevamente va a llevar las riendas junto con la lúdica ‘Matilda Mother’. Acá el viaje se acentúa aún más con sus místicos solos de órgano. En ‘Flaming’ todo sucede bajo una aventura infantil llena de ruidos y variaciones experimentales. ‘Pow R. Toc H.’ va más allá aún. Los sonidos de animales recrean una especie de sicotrópica jungla con un constante piano, tocado con una fineza notable. Las percusiones también van marcando un certero paso que te va encaminando a lugares recónditos dentro de tu imaginación. En esta parte ya nos sumergimos en lo más abstracto que podía evocar esta obra de culto de Pink Floyd.

En tono más alegre entra «Take Up Thy Stethoscope And Walk», que te cae  abruptamente con el golpe de la caja en su entrada. La ejecución de la guitarra de Barrett empieza a manejarse y a incitar a las salidas de libreto más esquizofrénicas a todos los instrumentos incorporados en la canción, con claras citas bíblicas, esta canción cuenta con la particularidad de haber sido la primera escrita por Roger Waters para la banda. Acto seguido: uno de los puntos culmines y más representativos del álbum y de lo que la banda quiso entregar para este viaje-disco, la canción ‘Interstellar Overdrive’, que en sí suena más rockera debido a que se acentúa la propiedad en la guitarra. Es realmente una locura, fue la improvisación directamente llevada al estudio. Una genialidad de Barrett que como dijera Nick Mason: «no sabíamos hacia donde nos llevaría, pero nosotros nos sentíamos exigidos con la canción para lo cual también nos exigíamos nosotros para seguirle el pie». El resultado no pudo ser más efectivo.

La historia del gnomo Grimble Gromble, con una sutileza pop en voz de Barrett nuevamente recrea estas fantasías de literatura infantil, pero con el distintivo ácido que le merecía a la placa. En ‘Chapter 24’, mediante un somnoliento ritmo de sonidos de órganos farfisa, Barrett va relatando un cúmulo de cosas inspiradas en el complejo libro de los cambios del oráculo chino.

‘The Scare Crow’ o el espantapájaros empieza en tono algo oriental junto con constantes golpes y se va tornando en una canción muy propia de Barrett y su existencialismo, quien se iguala a este espantapájaros que vive en eterna melancolía resignado a su condena. Pero en ‘Bike’, última canción de la primera edición del álbum, se queda todo en un tono más conciliador y alegre, nuevamente en una especie de cuento el personaje invita a una chica a un «cuarto de melodías», pese a que la canción tiene una melodía casi adorable, al final extraños ruidos ejecutados mediante osciladores, relojes, gongs, campanas, un violín, y otros sonidos editados con técnicas de grabación, le da un broche final algo siniestro, algo enfermizo incluso y que-claro está- viene a sellar esta obra de la sicodelia de proporciones como lo es este álbum.

Los lados B también fueron bien interesantes, como por ejemplo ‘See Emily Play’ un bello tema que habla de una niña colegiala divertida y «sicodélica» o ‘Arnold Layne’ la que hablaba del tipo que robaba ropa interior femenina de los tendederos de las casas.

También estos lados B fueron incluídos en una reedición más tarde, y claramente conjugaban muy bien con el propósito del álbum, que reunía todos estos elementos de la inocencia, una personalidad difusa e historias llenas de fantasía y-nuevamente-ácido por todas partes, pero que tenía una cantidad de variedad musical e ideas simplemente deslumbrantes, no dejando ninguna duda que se ha convertido en  una de las obras más innovadoras de las que hayamos podido dar cuenta en la historia del rock.

Patricio Avendaño R.

 

Patricio Avendaño

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