Sid Vicious: un paso solitario hacia la oscuridad

Sid Vicious: un paso solitario hacia la oscuridad

En un viaje convencional de heroína, la sustancia química ingresa rápidamente al cerebro, adhiriéndose a los receptores de las células y alterando de manera significativa las sensaciones de dolor y placer, además de las que controlan la respiración, los signos vitales y el ritmo cardiaco. Cuando, ya sea por accidente o de manera voluntaria una persona sufre una sobredosis de heroína, el primer efecto es un cambio drástico en la respiración, la cual se detiene progresivamente, lo cual limita peligrosamente la cantidad de oxígeno que ingresa al cerebro. Este fenómeno clínico, conocido como hipoxia, también genera daños irreversibles en el sistema nervioso. En una sobredosis la boca se seca completamente, las pupilas se vuelven extremadamente pequeñas, la lengua se decolora, el pulso se vuelve cada vez más débil, vacilante, y se precipita rápidamente a un silencio definitivo y eterno. La ausencia letárgica de las vibraciones. El final de la vida.

En su corta vida, la mayor aspiración de Simon John Ritchie (o mejor conocido como Sid Vicious) era parecerse a David Bowie. Llegaba a la escuela con una camisa de maya y sin mangas, sin importar el frío del invierno, para seguir la extraña moda andrógina que había impuesto Bowie a comienzos de los 70. Lo suyo eran los peinados elevados, las vestimentas extravagantes, las aberturas en las camisas, las botas altas y la necesidad de generar una impresión cualquiera, a donde llegara. La música, por otro lado, le llegó casi que por azar, sin que la hubiera esperado ni pretendido. En 1978 el bajista de los Sex Pistols, Glen Matlock renunció a la banda debido a diferencias irremediables con Johnny Rotten. Este último, con esa visión del arte más como una lucha de rebeldía y una necesidad de disrupción que como un mecanismo de expresión humana regulado y sensato, decide incluir en la banda a su amigo de la escuela (al que él mismo había bautizado como Sid Vicious), al que vestía con mallas, quien nunca había tocado el bajo, que no tenía la más mínima capacidad de apreciación musical, pero que en cambio aportaba la energía que necesitaban los Pistols en un momento difícil: la imagen de chico rebelde que comenzaba a imperar en las calles de Londres, con el pelo hacia arriba, las chaquetas de cuero desgastadas y los cinturones de taches, además de una actitud molesta pero  inquietamente atractiva y desafiante que compensaba su falta de talento musical.

En el escenario, más que tocar un instrumento, Sid Vicious podía lograr lo que siempre había querido: mostrarse ante la gente, exhibirse, mover al ritmo de la música sus extremidades en esa forma sutil y sugestiva que manejaba a la perfección David Bowie, imponerse como el nuevo ícono de una moda underground, y además llamar la atención sobre un estilo de vida desastrado, impetuoso, demasiado enérgico al comienzo de la noche pero lúgubre y solitario cuando el sol comienza a salir en el alba. El bajo lo utilizaba más para golpear a las personas de la audiencia que lo insultaban que para producir un conjunto de notas medianamente armónicas. Sid, sin proponérselo, estaba dando origen a aquella idea clave en el punk según la cual para tocar música no se necesita ningún conocimiento, sino únicamente actitud.  Cuando se decidía a tocar, cuando no estaba más interesado en exhibir las infecciones y heridas en sus brazos producto de las inyecciones de heroína, cuando no estaba escupiendo hacia la audiencia o simplemente mirando un punto indeterminado en el vacío, entre la gente, la mayoría de las veces tocaba cualquier cosa, nada parecido a las notas ni al ritmo que exigía la canción.

La muerte de Sid Vicious, a los 21 años de edad, era algo así como una tragedia anunciada desde el día que nació. Su madre, adicta y vendedora de droga le daba a su hijo speed y cocaína, a cualquier hora del día. Cuenta Johnny Rotten que incluso le ponía droga en la comida. La razón es desconocida. Tal vez quería mantenerlo alejado de alguna realidad demasiado difícil de entender, tal vez quería entretenerlo con paraísos artificiales para no sucumbir a la miseria que los rodeaba. Pero, a final de cuentas, el efecto de las drogas resulta ser todo lo contrario, y a la final lo que logran es que la persona pueda mirar de frente, sin velos y en todos sus horrores a la realidad.

Los héroes de Sid eran los personajes estrafalarios y complejos creados por Bowie en sus álbumes: Major Tom, Aladdin Sane, Ziggy Stardust, todos eran una especie de héroes que no podían evitar la necesidad de sucumbir a sus placeres, que terminaban absortos en una contemplación irresistible pero mortal de la existencia, que creaban símbolos y misterios que al final no eran capaces de descifrar, y así se sumían en una profunda y prolongada desesperación agitada por las drogas. El círculo social de Sid estaba compuesto por junkies, músicos y dealers. Luego, los Sex Pistols se separaron definitivamente. Pero tal vez lo que más aceleró este camino, ya de por sí precipitado hacia una tragedia inevitable fue su novia Nancy Spungen, completamente adicta a la heroína.

Ya se conoce de sobra y con detalles la historia de Sid y Nancy. Incluso ha sido documentada en la película de Alex Cox de 1986. La muerte de Nancy en un hotel por sobredosis, los ataques que tuvo que sufrir Sid por cargos de un aparente asesinato en una bañera, la tensión de tener que acudir a juicios, de aparecer diariamente en la prensa, pero sobre todo la angustia de haber contemplado cara a cara a la muerte con la soledad que sobrevenía fueron los factores determinantes que pondrían fin a su vida… El 2 de febrero de 1979 fue encontrado muerto en una habitación del apartamento de  su nueva novia, también por una sobredosis.

Cuando la dosis de heroína es muy fuerte y provoca la ralentización del pulso y el paro respiratorio, lo único que se puede hacer es aplicar rápidamente una inyección de naloxona, la cual bloquea los receptores opioides y reduce progresivamente los efectos de la droga. Sin embargo, Sid Vicious murió solo, tal vez voluntariamente, mientras los demás dormían. Fue una muerte sin testigos, un paso solitario hacia la oscuridad. Murió en silencio, también, no como sus héroes, que agotaban su último aliento en la última nota de la última canción de un álbum de rock, y seguramente murió también sin importarle que había dejado un legado que perduraría en los imaginarios más dramáticos de la historia contemporánea de la música. En su cabeza estaba Nancy, tal vez, una bañera llena de sangre. O David Bowie, su ídolo. Quizá también su madre…

Los receptores de su cerebro, que ya no lograban diferenciar el dolor del placer, sucumbían ante la falta de oxígeno… La única inyección que realmente necesitó en su vida, con 0,2 mg de naloxona, fue también la única a la cual no pudo acceder.

Por Alberto Aldana

Nacion Rock

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