Disco Inmortal: Sigur Rós – ( ) (2002)

Disco Inmortal: Sigur Rós – ( ) (2002)

FatCat Records / Bad Taste, 2002

Tu propia historia de esperanza y melancolía

Estamos hablando del año 2002, ahora ya muy lejano y, sin embargo, la obra que nos convoca permanece tan vigente hoy, como lo ha estado siempre. Un disco tan cargado de sentimiento y belleza que puede ser abrumador en sus puntos más álgidos, pero que se sabe contrarrestar con paisajes tranquilos y llanos, que dan la sensación de que algo se está construyendo poco a poco hasta que inevitablemente se derrumba, dejándote sólo con la esperanza de que se vuelva a construir, aunque en el fondo sabes que debes prepararte para la siguiente zambullida. Un imperdible para todos los seguidores de los de Islandia y del post-rock en general, “el álbum del paréntesis” o simplemente “()”.

Es el tercer disco de estudio de Sigur Rós. Para ese entonces la banda ya contaba con dos álbumes de larga duración en su haber, siendo el segundo, Ágætis byrjun, (“Un buen comienzo” en español del año 1999) el que les otorgó el reconocimiento internacional y el empujón para el sonido del álbum del paréntesis. De ahí nace el sentimiento de los críticos más puristas quienes sostienen que ambos discos suenan prácticamente iguales, pero todo grupo busca “su” sonido y nadie puede negar que Sigur Rós lo encontró, y ese es el elemento que los hace inconfundibles. Ahora bien, hay un salto importante en términos conceptuales que separa este disco de sus predecesores:

Para empezar, el álbum se presenta como una hoja en blanco que invita al oyente a utilizar sus canciones como le plazca; de ahí nacen los paréntesis como una declaración que propone una interpretación personal del disco en todos sus elementos. De hecho, la versión física contaba con un cuadernillo totalmente en blanco para que cada uno escribiera sus propias emociones en él.

Dentro del disco hay 8 canciones, todas ellas sin título, separadas en dos grupos por los famosos 36 segundos (en la versión de Spotify no están presentes) que marcan la diferencia entre las primeras 4 piezas que están cargadas de esperanza y la sensación de que nuestra búsqueda épica al fin concluyó, y las últimas 4 del álbum, que tienen un sonido melancólico y doloroso que te lleva del cielo a la tierra en poco más de una hora de duración. También hay que destacar que Birgisson canta todo el álbum en una suerte de jerigonza llamada vonleska, que según sus palabras funciona para que la voz sea un instrumento más, dentro de la composición y sea más abierto a la interpretación personal de quien lo oiga.

Resumiendo, la idea era crear una banda sonora personalizable y aplicable a las diversas situaciones que cualquiera de nosotros estuviera pasando.

El viaje

Una vez dentro del disco, te recibe un sintetizador suave, al cual se suma un piano que empieza a tejer el paisaje que se avecina, junto con unas voces lejanas, casi angelicales que te acompañan hasta que Jónsi toma las riendas del asunto y te guía personalmente por el camino que se extiende frente a ti. Algunos sonidos acoplados te avisan que comienza el segundo track, junto con una batería y la infaltable guitarra, que ahora, suenan como lo más clásico del post-rock, creando una atmósfera lenta, pero llena de color, vaivenes y voces oníricas. Todos los elementos aparecen y desaparecen dejando la idea principal desnuda frente a ti, retomada por los sintetizadores y un piano que parece interminable y sin embargo, no quieres que termine. Pequeños elementos se suman lentamente de una forma tan sutil como poderosa para luego alejarse de la misma forma en que llegaron, dejando espacio para una pieza empoderada, épica y con elementos un poco más crudos que los anteriores, con una voz fuerte, animada, que finalmente se queda sola y te indica que las cosas no siempre son tan optimistas.

Ahora, una marcha lenta, cansada, melancólica, que remece tu interior y quita la sonrisa de la cara, te avisa que eventualmente vas a caer y va a ser doloroso. Ahí no te queda más remedio que seguir avanzando con ese dolor, que ya está ahí y no se irá; de hecho, vuelve con más fuerza, haciendo que la situación sólo se agrave más hasta hacerse  insostenible, alcanzando uno de esos puntos de no retorno, donde, si bien te deja ir, no te  lleva a un mejor lugar. Luego, la situación es más desoladora y solitaria, pero con un renovado valor que te da el ritmo de la batería, junto con la famosa guitarra tocada con el arco de chelo y una atmósfera catártica que alcanza nuevamente su punto fuerte al final, dejando una guitarra rasposa a la expectativa de una nueva apertura serena, limpia y afirmada con un bajo certero. La voz está abatida, pero te deja ver que vendrá otro de esos momentos dramáticos y profundamente sensibles. En ese punto la batería parece no poder seguir con su misión, quedando ligeramente rezagada y culminando en un silencio que es seguido por una explosión amplia que se deconstruye en lamentos etéreos y punzantes.

Para despedir el disco, una canción con un estilo un poco más compacto, con una estructura definida y firme, hasta que llega una percusión profunda que marca un último cambio, donde los elementos se van conjugando nuevamente para dar un final que aumenta su poder hasta desbordarse intensamente por largo rato, pero, sin embargo, se consume de un instante a otro, cerrando pesadamente el álbum del paréntesis.

Pero, ¿y de qué trata el disco?

Es difícil describir la música de este disco sin ser autorreferente; puede tratarse de cualquier aventura y cualquier emoción. La banda cumple con proporcionarnos los fondos sonoros para crear nuestra propia historia y llevarnos hasta donde nuestros más profundos sentimientos quieran; aquel lugar donde aflora la esperanza, la inocencia y el drama más puro que finalmente enjuaga el alma de quien escucha, absorbe y comprende el significado de esta música que fue creada especialmente para que la hagas tuya, así como yo la hice mía y todos la conviertan en algo íntimo, personal y propio.

Por Cristóbal Fernández

Nacion Rock

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